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El nacimiento del Anticristo.

Copyright: Ramón Teja
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La creencia cristiana en el Anticristo está estrechamente asociada con las ideas milenaristas. El Milenarismo o Quialismo es una creencia ampliamente difundida en el cristianismo de los primeros tiempos de que habrá una segunda venida de Cristo acompañada de una primera resurrección, sólo de los justos, y que precederá al Juicio Final. Con su venida, Cristo implantará sobre la tierra un reino de los justos que tendrá una duración de Mil Años. Pero para que se haga realidad este reinado milenario caracterizado por la felicidad y la abundancia de todo tipo de bienes Cristo tendrá que vencer previamente a un gran rival que tratará por todos los medios de evitarlo y que la mayoría de los autores denominan el "Anticristo" o "Antimesías".

Es evidente que esta creencia en el Anticristo es un desarrollo de las ideas sobre Satán. Ambas trascienden las creencias puramente cristianas pues son un producto de las concepciones originarias de muchas culturas antiguas sobre el mal. Pero, mientras Satán, el Diablo o un ser similar, en cuanto encarnación sobrehumana del mal, tiene paralelismos en casi todas las culturas conocidas, el Anticristo es concebido como un ser humano completamente malvado con un origen histórico bien concreto. Esta concepción de un ser humano completamente malvado es propia del cristianismo y, en menor medida, de las otras dos religiones monoteístas, el judaísmo y el islamismo. Desde un punto de vista histórico sus orígenes se sitúan en las creencias mesiánicas y apocalípticas del judaísmo del segundo templo y en su confluencia entre los cristianos con la creencia en Jesús como auténtico Mesías.

La espera judaica de un reinado terreno del Mesías se intensificó a partir del siglo II a.C. como consecuencia de los sucesivos dominios extranjeros, griegos primero, romanos después, a que se vió sometido el pueblo judío. Fue en este ambiente donde se desarrolló la literatura apocalíptica que expresaba el ansia de una liberación, religiosa y política al mismo tiempo, que sería seguida por la implantación de la justicia en beneficio del pueblo elegido y el castigo de los opresores extranjeros. La apocalíptica judía y su sucesora cristiana representan un género literario de enorme originalidad donde se combinan de una forma que no tenían precedentes mito, leyenda e historia. Estos tres elementos configurarán también el origen y desarrollo de las ideas sobre el Anticristo.

Especial importancia tuvo en el desarrollo de la literatura apocalíptica judía y en la posterior configuración del Antimesías o Anticristo la figura de Antioco IV Epifanes tal como es presentada en Daniel y en los libros de los Macabeos: en el primero como enemigo escatológico, en los segundos como enemigo real de carne y hueso.

Antioco IV Epifanes fue un personaje funesto en la historia judía pues intentó aplicar una helenización violenta y radical en Jerusalén. En el 169 tomó la Ciudad Santa y saqueó el templo; poco después, en el 167, prohibió las prácticas religiosas judías y levantó un altar a Zeus en el recinto del Templo instaurando así "la abominación de la desolación" (1 Mac. 1, 54). Fueron estos hechos los que inspiraron el Libro de Daniel que contiene el único Apocalipsis (7-12) incluido en el canon de la Biblia hebrea. Es allí donde se desarrolla la famosa profecía de los cuatro imperios mundiales representados con la imagen de las cuatro bestias que tanta influencia tendrá en la Apocalíptica cristiana. Este profecía es un magnífico ejemplo de la interpretación apocalíptica de la historia en base a la técnica conocida como vaticinia ex eventu o historia presentada como profecía. El autor anónimo escribe su obra en el 165-164, después de la muerte de Antioco IV, pero finge hacerlo en el siglo VI a.C. prestando su pluma a Daniel, héroe muy popular entre los judíos durante el exilio de Babilonia. Desde aquella perspectiva temporal vaticina la sucesión de los cuatro imperios futuros: Babilonia, Media, Persia y Alejandro. El último es el peor de todos ("Devorará la tierra, la aplastará y la pulverizará", 7, 32) y Antíoco Epifanes es el tirano malvado que será castigado por Dios con su derrota y su muerte.

Esta combinación entre historia, mito y leyenda que se da en la literatura apocalíptica judía y después en la cristiana explica que en la figura del Anticristo se combinen todas estas facetas. En realidad, la visión apocalíptica y escatológica del mundo no es sino la historización del gran drama universal de la lucha entre el bien y el mal. Por ello, el Anticristo, en cuanto personaje escatológico, nace inserto en este gran drama escatológico del universo, como ejemplificación del mal, pero, al propio tiempo, se concibe también como personaje real de acuerdo con las concepciones históricas propias de la tradición hebraica. Los textos que lo recrean proyectan su imagen sobre un trasfondo de acontecimientos escatológicos, pero sin perder concreción real ni espesor histórico: es un hombre, un tirano, que con la ayuda de Satán logrará engañar a la humanidad y hacerse pasar por Cristo. Pero, aunque desde sus inicios sea presentado como un monstruo cruel y un perseguidor tiránico de la verdadera religión, sus perfiles estuvieron siempre muy indefinidos pues el tipo de literatura que le dio vida, llena de simbolismos y alusiones oscuras, se prestaba a todo tipo de interpretaciones. Ello explica que cada generación se haya ido planteando múltiples interrogantes sobre el que han contribuido a incrementar la inquietud de los espíritus en todas las épocas. ¿Será un colectivo o un individuo? ¿Será judío o será gentil? ¿Será totalmente humano o mitad demonio? ¿Se presentará como un tirano cruel o como un maestro taimado y engañoso? ¿Cuáles serán los signos que anuncien su venida y cómo se manifestará?

La concepción del Anticristo como personaje escatológico y, al propio tiempo, histórico se explica por su inserción dentro de una visión general de la historia y del universo de carácter "seismilenario": el mundo presente tendría una duración de seis mil años durante los cuales se suceden una serie de imperios en el ejercicio de la hegemonía universal. El último de estos Imperios es identificado con mucha frecuencia con Roma lo que se vió facilitado por el fuerte contenido antirromano que rezuma el Apocalipsis de Juan. Este será gobernado por un último rey que instaura su dominio tiránico y universal y que destaca por su impiedad, arrogancia, astucia y crueldad contra el pueblo de Dios. Aunque no siempre sea mencionado con este término, este último emperador-tirano se concibe como el Anticristo y su identificación con el Nerón histórico o con el Nerón redivivo adquirió una enorme popularidad en la literatura extracanónica, especialmente en los Oráculos Sibilinos. Al triunfo momentáneo de este rey sucederá el retorno de Cristo glorioso, la derrota y aniquilamiento del déspota y la instauración del Reino de Dios.

Dentro de este esquema se insertaron tradiciones muy variadas y la figura del tirano, escatológico e histórico al mismo tiempo, se fue enriqueciendo con nuevos matices: así, su capacidad de engañar se explica por su capacidad para realizar propodigos extravagantes llegando incluso a hacerse atribuir un culto divino, a lo cual no resultaba ajena la realidad del culto imperial. Una idea enormemente fecunda y que enraizaba con el Apocalipsis de Juan fue la expresada a comienzos del siglo III por Hipólito de Roma de que el Anticristo no podía entrar en escena antes de la caída del Imperio Romano. Ello explica que en los momentos de mayor debilidad política del Imperio proliferasen las creencias de que el fin era inevitable y se especulase con señales de la venida del Anticristo: así ocurrió durante las persecuciones y la anarquía militar del siglo III en los escritos de Cipriano de Cartago, de Commodiano o de Lactancio con Diocleciano. A finales del IV y comienzos del V la amenaza de los pueblos bárbaros volvió a hacer revivir los mismos temores y ansiedades. A comienzos del siglo V, Sulpicio Severo en sus Diálogos recuerda una profecía de Martín de Tours de que el Anticristo ya había nacido: "No hay duda de que el Anticristo, concebido por el espíritu del mal, ya ha nacido y se encuentra en su infancia y tomará el poder en la edad legítima. Y desde que le escuchamos (a Martín) estas cosas han transcurrido ya ocho años: vosotros considerad cómo amenazan las cosas que se teme que van a suceder" (Dial. II, 14, 4).

Cuando pocos años después, en el 410, esta amenaza se hizo realidad y Alarico tomó Roma mientras otros pueblos bárbaros vagaban por las provincias de Occidente, fueron muchos los que se convencieron que las profecías se habían cumplido: el Imperio llegaba a su fin y el Anticristo había comenzado ya a actuar. Uno de ellos fue el autor anónimo del tratado apologítico titulado Consultationes Zacchei et Apollonii quien dedicó dos largos capítulos al tema: el primero, III, 7 es una descripción de la acción del Anticristo siguiendo los estereotipos de la tradición literaria; el segundo, III, 8 tras constatar los múltiples desgracias que se abaten en esos momentos sobre el Imperio llega a la conclusión de que "sólo falta por llegar aquello que se puede atribuir a los ultimísimos tiempos (quod novissimis aut iam ascribi possit aut iungi) (III, 8, 5). La concepción del Anticristo que desarrolla el autor anónimo del Diálogo es plenamente milenarista: "El Anticristo llegará, pero será seguido inmediatamente por Cristo": Manifeste quidem Antichristus veniet, sed confestim secuturus est Christus (III, 8, 4). Quiero ser breve. No estoy seguro de que hablando tanto del Anticristo en este final de Milenio, no nos hagamos indispuesto con él. Por ello quiero terminar recordando aquellas palabras de Dionisio el Cartujano: Sabisne fatigavimus nos cum Antichristo isto maledicto? (¿"No nos hemos cansado ya bastante hablando de este maldito Anticristo?").