MILLENNIUM: FEAR AND RELIGION.
MILENIO: MIEDO Y RELIGIÓN.
MILLÉNNAIRE: PEUR ET RELIGION.

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MIEDO AL BÁRBARO, MIEDO AL HEREJE: UN CONFLICTO DE INTERESES EN EL AFRICA VÁNDALA

Copyright: María Elvira Gil Egea. Universidad de Alcalá.
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Los vándalos, un pueblo cuyo nombre ha quedado marcado por la Historia, cuya mención evoca atrocidades y destrucción sin cuento, que inevitablemente atrae aún el rechazo de muchos historiadores que se rebelan ante la idea de que puedan ser rehabilitados por otros investigadores que pretenden no líbralos de toda culpa, sino aportar argumentos que otorguen a sus actos un fondo de racionalidad, al menos semejante al que se concede a otros pueblos bárbaros de la época. ¿Será posible desmitificar su pasado o su leyenda negra los perseguirá para siempre?(1)
 

1. Durante la etapa de la invasión

La brusca irrupción de los vándalos y alanos en las relativamente tranquilas provincias romanas de la diócesis de Africa en la primavera del año 429 d. C., acarreó a la población norteafricana todos aquellos males que siempre acompañan cualquier expedición de conquista: pillaje, violaciones, torturas y todo tipo de violencia gratuita. Estos pueblos bárbaros en migración habían atravesado los Pirineos en el otoño del 409 y en una primera etapa habían tratado de asentarse en las provincias hispanas y de conseguir que el Imperio reconociera y aceptase la nueva situación impuesta, pero las continuas guerras entre sí y con las fuerzas imperiales y sus aliados los visigodos los habían diezmado(2), haciendo su existencia precaria y obligándolos a concentrarse y a retirarse hacia la Bética. El posterior paso a Africa pudo ser fruto de las circunstancias políticas por las que atravesaba estas regiones: inmersas en una guerra civil y desguarnecidas no ofrecieron resistencia alguna, que sepamos, al cruce marítimo de los invasores a través del estrecho de Gibraltar. No puede descartarse que incluso fueran invitados a dar este paso por el propio conde de Africa, que necesitado de apoyo militar solicitase sus servicios a cambio de proporcionarles un territorio en el que establecerse, como afirma alguna fuente(3); Africa se hallaba felizmente al margen de las terribles tormentas que sacudían Europa en estos primeros años del siglo V: usurpaciones, invasiones; tan solo ocasionales incursiones de las tribus moras turbaban de cuando en cuando la vida de los provinciales romanos, pero allí estaba el ejército imperial que velaba por su tranquilidad. En los últimos años, sin embargo, el fuerte conflicto que enfrentaba al conde de Africa Bonifacio con las fuerzas imperiales había repercutido negativamente en la seguridad de las provincias que se vieron desprotegidas y expuestas por lo tanto a un incremento de los ataques y pillajes de las tribus no romanizadas que eran habitualmente controladas por la milicia(4). Aun así, las provincias africanas habían sufrido menos altibajos que las europeas y eran tradicionalmente consideradas muy prósperas por su abundancia en grano y aceite, en ganado y en otros productos que exportaba a Italia y a otras partes del Mediterráneo(5).

Las noticias del avance de los vándalos por tierras africanas nos llegan a través de fuentes eclesiásticas y son alarmantes, hablan de persecución y destrucción; en algunos casos la población huye y abandona las ciudades, en otros permanece en ellas y afronta el peligro. Los líderes religiosos se cuestionan cuál es la postura correcta a tomar. ¿Merece la pena exponer la vida en un intento inútil de resistencia cuando el peligro es tan grande? ¿Por qué no huir y dejar que todo pase? ¿De qué sirve el asistir al terrible espectáculo de la matanza de los hombres, de la violación de las mujeres y del incendio de las iglesias? Pero no, mientras quede una sola oveja que custodiar el pastor no puede abandonarla, exhorta categórico san Agustín; no es ya de la muerte temporal, que algún día tiene que sobrevenir, de lo que el sacerdote debe librar a sus fieles, sino la eterna, evitando por ello la deserción(6).

La devastación que acompañó el paso de los invasores fue considerada un acto de destrucción deliberado, una política de tierra quemada destinada a aniquilar a la población africana; no había que dejar nada que pudiera aprovechar después a los que habían huido, por ello incendiaban las ciudades, arrasaban los huertos y demolían las casas hasta los cimientos(7). Sólo tres iglesias en toda Africa, Cirta, Hipona y Cartago habían quedado a salvo de sus desmanes porque sus fuertes murallas y la providencial ayuda de sus santos patronos las habían protegido, aunque desgraciadamente sólo fue por un tiempo breve(8).

Los eclesiásticos y los bienes de la Iglesia católica africana sufrieron estas agresiones y exacciones con mayor intensidad si cabe: iglesias, monasterios, cementerios, santuarios, todos fueron profanados, derruidos e incendiados; el relato de los horrores de la invasión es obra de clérigos y probablemente por ello se resaltan con especial interés las atrocidades a las que estuvieron sometidos los miembros del clero y otros militantes muy comprometidos de la Iglesia católica africana(9). Aparte de representar en muchos casos la cabeza visible de la resistencia(10), parece ser que a menudo eran torturados para que librasen los tesoros eclesiásticos que, naturalmente, habían ocultado(11). Sólo muy de lejos podemos percibir el sufrimiento de la población laica y nada se nos dice sobre la suerte de los miembros de otras confesiones cristianas como los donatistas, o de sí los paganos, que aún eran muy abundantes, o los judíos pasaron por una situación parecida; simplemente sus historias no interesan para el fin que el autor o autores se han marcado: la narración de los padecimientos de la Iglesia católica durante la invasión y bajo el reinado de los dos primeros monarcas vándalos. Pero ¿era su condición de bárbaros y enemigos de todo lo romano lo que llevaba a los reyes vándalos, ya en una segunda etapa de mayor calma, superados los rigores de la conquista, a acosar de tal manera a los confesores católicos y a perseguir con singular inquina a sus sacerdotes, o era acaso su particular creencia religiosa, el arrianismo, lo que les impulsaba a reprimir con ferocidad manifestaciones religiosas rivales, o existían, tal vez, razones de otra índole que pudieran justificar tal ensañamiento?

El principal problema para poder comprender el trasfondo del asunto es que también otra de nuestras principales fuentes para el estudio de la situación político-religiosa en posteriores reinados proviene igualmente del medio eclesiástico, nada menos que la biografía así como los escritos y tratados del obispo Fulgencio de Ruspe, un destacado paladín del catolicismo, maltratado y desterrado, pero indomable en sus planteamientos y a la larga victorioso, en cuanto sobrevivió a su gran oponente, el culto y muy versado en teología rey Trasamundo, y a su muerte pudo regresar a su patria donde gozó hasta el final de sus días del reconocimiento de sus correligionarios.

Entre estos testimonios, que tuvieron toda la difusión requerida ya que el Reino vándalo tuvo una existencia efímera y la Iglesia católica volvió a obtener el apoyo del Imperio y su triunfante posición en Africa, atisbamos otras manifestaciones, que no provienen del medio eclesiástico y que dan cuenta de una situación social menos tensa, de unas relaciones más fluidas entre los nuevos dominadores y la población romanoafricana del Reino vándalo que nos lleva a plantearnos y a tratar de averiguar si el enfrentamiento de los monarcas vándalos con la Iglesia católica era primordialmente de carácter religioso o político, de si estos dos ámbitos podían estar realmente disociados en aquella sociedad y de cómo fue percibida por la poderosa Iglesia católica de Africa esta amenaza, materializada en unos bárbaros herejes, a su autoridad moral y a su tremenda influencia social.

No es fácil, como decimos, trazar una línea divisoria clara entre política y religión en estos siglos y menos en una sociedad profundamente religiosa como era la romana y la romanocristiana. Aun así, es impensable que las claves determinantes de la sociedad romanoafricana del siglo V fueran las que nos llegan a través de nuestras fuentes de carácter religioso. Sin duda dan cuenta de la ideología y de las aspiraciones de un grupo, un grupo numeroso e importante, pero no del conjunto de la población del Reino vándalo. Es verdad que también otros miembros laicos de la sociedad romanoafricana sufrieron las consecuencias adversas de la nueva situación religiosa y política. En el relato de la invasión se nos dice que hombres de rango ilustre y nobles matronas fueron maltratados y vejados(12). Nada de ello puede causarnos sorpresa, la barbarie siempre acompaña a la conquista y a la ocupación, pero no estamos plenamente convencidos de que la ejercida por los vándalos fuera de especial ferocidad, tal como aún postulan algunos autores muy apegados a las fuentes eclesiásticas, ya que su fin principal parece que era la obtención de botín y riquezas y no el móvil religioso o la violencia gratuita, aunque de todo pudo haber(13). Así vemos que cuando Genserico finalmente toma Cartago en el año 439 exige la entrega de todas las riquezas de sus habitantes considerándose un delito el ocultarlas(14). La gran importancia de obtener un abundante botín de guerra no se nos escapa; lo era para cualquier jefe militar, pero más aún en una sociedad de tipo tribal, constituida por grupos diversos, y sin otra fuente de ingresos que lo que pudiesen obtener por la fuerza. El jefe debía pagar los servicios prestados por sus hombres, debía proporcionarles medios de vida, sólo así conservaría su prestigio y con él su poder. Si no cumplía las expectativas de sus guerreros podía ser desbancado por otro líder de mayor reputación. El rey vándalo, durante el período de la invasión, era más que nada un jefe militar, el Heerkönig de un grupo heterogéneo en el que formaban vándalos del grupo hasdingo y del silingo, alanos, godos, suevos y algunos hispanos(15).
 
 

2. Durante la etapa del establecimiento y consolidación del Reino vándalo

El Imperio Romano debilitado por las guerras civiles y acosado por los peligros externos no tuvo más remedio que llegar en el año 435 a un acuerdo y ceder a los vándalos una porción del territorio africano en el que quedaron asentados en calidad de federados(16). Ya en esa primera época surgieron los enfrentamientos directos con la Iglesia católica africana. San Agustín había muerto, pero otros obispos africanos de la zona ocupada manifestaron su desaprobación ante el creciente poder de los arrianos y fueron perseguidos y expulsados de sus basílicas y de sus ciudades; es el caso de Posidio de Calama, que había sobrevivido y salido con bien del cerco de Hipona hasta el punto de volver a recuperar su sede, de Novato de Setif y Severiano Ceramusiense(17).

Pocos años después de la firma del tratado y sorprendiendo la confianza que los africanos habían puesto en este pacto, los vándalos tomaron sin esfuerzo la propia ciudad de Cartago. El relato de esta desleal ocupación es obra indirecta de su obispo Quodvultdeo y naturalmente está lleno de indignación y amargura, que transmite al pueblo en sus sermones, pero también de miedo, de miedo ante el enemigo de su Iglesia, del hereje arriano que trata de arrebatarle a sus fieles, con mayor perversidad si cabe que con la muerte, del lobo disfrazado de cordero que a través de actos de falsa caridad pretende congraciarse con los incautos y perder las almas de los débiles por medio del rebautismo(18). Se hace eco así el obispo de Cartago del propio san Agustín que en el año 415 se lamentaba en una de sus cartas a san Jerónimo, referente a los problemas por los que atravesaban las provincias hispanas, de que las falsas doctrinas habían despedazado las almas de los hispanos con mayor rigor que las espadas de los bárbaros sus cuerpos(19). Porque, según se deduce de los sermones de Quodvultdeo, el miedo en unos casos y la necesidad o la conveniencia en otros, estaban dando resultados más que satisfactorios para los propósitos de la Iglesia arriana, que veía incrementarse el número de sus fieles a consta de los de la católica(20). Por ello el obispo de Cartago alerta a los católicos: Los arrianos son los Anticristos anunciados en el Apocalipsis, profetizados por Daniel como portadores de la abominación y la desolación; por ellos se manifiesta el poder de la Bestia, que abre su boca para blasfemar contra Dios y su tabernáculo, que hace la guerra a los santos, los vence y los mata. De la boca de la Bestia, de la de los falsos profetas, vio el apóstol Juan surgir tres espíritus impuros que fueron junto a los reyes del mundo para combatir a través suyo al gran Dios; los espíritus impuros fueron a establecerse en los tres continentes y practican prodigios que hacen creer que el Anticristo y el Cristo son el mismo. Pero como bien dice Juan: "ellos han surgido de nosotros pero no son de los nuestros". Muestra así el apóstol que se trata de todos los herejes y especialmente de los arrianos a los que nosotros vemos actualmente seducir a tanta gente, bien por su poder temporal como por la habilidad de su ingenio para el mal o incluso por su abstinencia y moderación o por los falsos prodigios que realizan(21). Quodvultdeo fue desterrado junto con una gran parte del clero de Cartago; subidos a viejos y peligrosos barcos fueron abandonados a su suerte, aunque Dios con su misericordia los condujo con bien hasta las costas de Campania donde desembarcaron en la ciudad de Nápoles(22).

Otros obispos de las provincias del nuevo Reino Vándalo siguieron parecido destino cuando fueron acusados de difamar al rey al aludir constantemente en sus sermones al faraón, a Nabucodonosor y a Holofernes, símbolos claros para los cristianos de la soberbia y la maldad personificadas en algunos reyes y posiblemente, de alentar con ello a sus feligreses a la no aceptación del tirano vándalo y a la rebelión. Pero según Víctor de Vita el propósito real de esta persecución encubierta era que el nombre de los piadosos fuera completamente borrado y para ello, se prohibió que las sedes vacantes a causa del exilio de sus obispos fueran cubiertas por nuevos titulares(23).

En la ciudad de Cartago muchas de las basílicas de los católicos fueron adjudicadas a la Iglesia arriana junto con sus bienes; lo mismo ocurrió en aquellos territorios en los que el grueso del pueblo vándalo había sido asentado, las sortes Wandalorum, donde el clero católico fue expulsado de las ciudades. Hidacio afirma que la persecución religiosa se desencadenó a instancias de un arriano llamado Maximino; pero no podemos afirmar que esta persona fuera el obispo arriano que había acompañado a Africa a las tropas de federados godos de Sigisvulto que intentaron sofocar la rebelión de Bonifacio(24).

También los laicos sufrieron los rigores de la nueva invasión. Los senadores y algunos de los honorati fueron primero expulsados de sus estados o ciudades y después exiliados del Reino(25). Otros huyeron, prefiriendo perder sus riquezas antes que arriesgarse a perder su libertad. Gordiano, el abuelo de san Fulgencio de Ruspe estaba entre estos(26). Desconocemos los motivos que tuvo el rey de los vándalos para tomar estas medidas pero a nuestro parecer fueron de índole política más que religioso. Se trata de personas importantes y ricas a las que se privó de parte de sus bienes o tal vez de todos, muchas eran miembros del Senado de Cartago y posiblemente tuvieran parte sustancial de sus propiedades en la provincia proconsular, que fue donde el grueso del pueblo vándalo fue establecido y dotado de tierras, pero también en el resto de las otras provincias se llevaron a cabo expropiaciones que revertieron en la Casa Real(27). Indudablemente tal medida causaría no sólo rechazo sino oposición abierta, que fue zanjada con la expatriación de los disconformes.

En el 442 un nuevo tratado reconocía la imposibilidad de recobrar las provincias africanas y repartía la diócesis de Africa entre el emperador y el rey de los vándalos al que se le concedía la posesión de la Proconsular, parte de Numidia, la Bizacena y Tripolitania. La paz trajo la normalidad a la vida de los romanoafricanos del Reino Vándalo; numerosos romanos ocupan puestos en la Administración, o en el Palacio y en las casas de los príncipes, prueba de la aceptación por parte de los miembros de la aristocracia provincial romana de las nuevas condiciones políticas y de su única posibilidad de triunfar y conservar su estatus social. No parece que en un principio se les exigiera que aceptasen obligatoriamente la fe arriana, pero es seguro que muchos lo hicieron a tenor de las quejas de los obispos católicos, que acusan constantemente a los arrianos de comprar las conversiones a base de oro y favores.

Pero para la Iglesia católica siguieron siendo tiempos difíciles, impedida por ley de tener basílicas y de celebrar oficios religiosos en los lugares en los que residían los vándalos; aunque al menos en Cartago sabemos que no todas les fueron arrebatadas, sino que se les dejaron algunas(28). Finalmente, cediendo a los ruegos del emperador Valentiniano, se autorizó el nombramiento de un obispo para Cartago en el 454. Fue ordenado Deogracias, que era ya un anciano y murió pronto(29). Tras su muerte, no existiendo ya tampoco Valentiniano III, no se permitió cubrir la sede vacante ni ninguna otra de la provincia proconsular. No obstante, los católicos siguieron celebrando los oficios religiosos abiertamente, incluso allí donde había sido expresamente prohibido por el poder real, al que manifiestamente desafiaban al utilizar las basílicas que habían sido clausuradas. Ello llevó a no pocas trifulcas con el clero arriano, que terminaban de manera violenta y que obligó a intervenir a las autoridades, que exigieron de los obispos restantes, o en su caso de los presbíteros, la entrega de los libros sagrados y de los objetos utilizados para el culto; lo que desde luego no se hizo sin una tenaz resistencia, que acarreó castigos de todo tipo y que finalizó con la dispersión y el exilio de todo el clero de Cartago(30).

Al mismo tiempo, la Iglesia arriana presionó al rey para que ningún no arriano ocupase un puesto de confianza en el Palacio o en las casas de los príncipes por temor a la influencia que allí pudiesen ejercer, ya que al parecer se estaban produciendo algunas conversiones al catolicismo entre los propios vándalos(31). No obstante, la medida no debió aplicarse con rigidez y posiblemente sólo se hizo allí donde hubo denuncias concretas de proselitismo(32). En el año 474 la mejora de las relaciones entre el Reino Vándalo y la pars Orientis se plasmó en una cierta apertura religiosa, gracias a los esfuerzos diplomáticos de Zenón, circunstancia que facilitó el retorno de los exiliados(33). Posteriormente, en el año 481, ya tras la muerte de Genserico acaecida en el 477 y del ascenso de Hunerico al poder se produce un nuevo avance al acceder el rey a una solicitud conjunta de Zenón y de la princesa Placidia de restablecer la Iglesia de Cartago y de permitir el nombramiento de un nuevo obispo; como contrapartida, el emperador concedería igual libertad religiosa a los arrianos de Oriente, que podrían practicar el culto según sus deseos y predicar a los fieles en la lengua que quisieran. Hunerico aceptó las condiciones, pero advirtió que en caso de no respetarse el tratado en las provincias orientales, la Iglesia católica de Africa sufriría las consecuencias. Ante tan peligrosas cláusulas, el clero católico respondió al legado imperial Alejandro, procurador de la casa de Placidia, que consideraban preferible conservar la situación anterior y prescindir de la tutela y los oficios de un obispo, pero el legado ignoró estas protestas y el nombramiento de Eugenio se llevó a cabo en el mes de Junio del 481(34). Mientras que la mediación de la princesa Placidia, cuñada de Hunerico y católica, parece bastante comprensible, es más curioso el que Zenón, que tan poco amistosas relaciones tenía con la Iglesia católica se empeñase en mejorar la situación de la africana. Pero el edicto de Hunerico, transmitido por Víctor de Vita, da cuenta de las negociaciones llevadas a cabo en este sentido y es posible que Zenón, que todavía no había promulgado el Henótico y por lo tanto no se había enfrentado abiertamente a la jerarquía católica oriental y occidental, creyese digno de su rango mostrarse interesado por el bien de los católicos africanos(35). Por otra parte, la presencia inevitable de numerosísimos godos en las provincias de Dacia, Macedonia y Tracia, y en la capital misma, hacía conveniente el otorgar cierta libertad de culto a los arrianos, cuya herejía para aquel tiempo ya no inquietaba demasiado en la pars Orientis porque había sido prácticamente erradicada por obra de Teodosio el Grande y había pasado a convertirse, casi de modo exclusivo, en la fe de ciertos pueblos bárbaros(36).

Esta inicial condescendencia religiosa de Hunerico hacia los católicos, que se transformaba en rigor hacia otras confesiones consideradas herejías, como el maniqueísmo, se vio repentina y bruscamente truncada sin que nuestras fuentes, particularmente Víctor de Vita, que sigue siendo la principal, nos den una razón objetiva o medianamente convincente de los motivos que pudo haber para ello. Su relato habla de celos por parte del clero arriano, de insidias y de falsas acusaciones contra los católicos. Podemos deducir que el éxito del obispo Eugenio y su popularidad creciente llenaba de preocupación a los obispos arrianos que exigieron del rey que se tomasen medidas para evitar que los vándalos, o los arrianos, frecuentasen las iglesias católicas atraídos, al parecer, por la elocuente predicación y las múltiples caridades dispensadas por Eugenio. Igualmente se prohibió que ningún funcionario público o del Palacio recibiera su sueldo mientras no se convirtiese al arrianismo(37). Paralelamente observamos que por esa misma época Hunerico había tenido que hacer frente a una grave conspiración destinada posiblemente a destituirlo o quizás incluso a eliminarlo. El desencadenante fue el pretender desatender Hunerico las disposiciones testamentarias dejadas por su padre acerca de la sucesión en el trono, según las cuales, el derecho de sucesión debía pasar por todos los descendientes masculinos de una generación antes de recaer en la siguiente; sin embargo, Hunerico aspiraba a nombrar sucesor suyo a su hijo Hilderico, quebrantando así los derechos de su hermano Teoderico, lo que llevó a la rebelión a este príncipe, que contaba con el apoyo de una parte importante de la nobleza y del clero arriano. La represalia real llevó a la muerte o al exilio a una parte de la propia familia real, a muchos nobles vándalos y a sus familias, al prepósito del Reino -el más alto cargo del Reino después del rey- y al propio patriarca arriano Jocundo, que fue quemado vivo en la plaza pública, e igualmente lo fueron otros clérigos arrianos(38). Estos terribles acontecimientos tuvieron lugar en el tercer año de su reinado(39) y después de dejar zanjado el asunto el rey se volvió inmediatamente, rugiendo, según Víctor de Vita, contra la Iglesia católica, con la que en un principio se había mostrado tolerante. Víctor de Tununa refiere que fue en el segundo año de su reinado cuando Hunerico emprendió la persecución contra los católicos(40).

¿Es posible desligar totalmente a la Iglesia católica de la conspiración? Desde luego no parece estuviese implicada de manera directa en ella o la represión que siguió hubiera sido mucho más sangrienta(41), equiparable a la que llevó a cabo con la arriana, y no hay ninguna noticia al respecto, pero de alguna manera la paciencia del rey se debió ver colmada cuando envió al exilio con los moros a la mayor parte del clero de la Proconsular acusado de desobedecer sistemáticamente las órdenes existentes desde época de Genserico, es decir, de predicar y celebrar ceremonias religiosas, e incluso de residir en los territorios habitados por los vándalos, produciendo con ello la confusión y la discordia entre sus súbditos(42). Tan reiterada rebeldía sin duda menoscababa el prestigio del rey y la tolerancia podía parecer políticamente inoportuna, máxime cuando el sucesor del patriarca arriano ejecutado, el obispo Cirilo, no era precisamente transigente en política religiosa y el rey, después de la severa purga realizada, necesitaría más que antes el apoyo de su Iglesia. Pero además, si algo no convenía al rey de los vándalos era el ver debilitarse la unidad de su pueblo y su adhesión a su persona por medio de la división religiosa. Sin embargo, el obispo Eugenio de Cartago no fue en esta ocasión exiliado, pues posteriormente cuando en Mayo del 483 llegó a Cartago Regino, un embajador de Zenón, Eugenio se encontraba en la ciudad y estaba celebrando los sagrados oficios de la festividad de la Ascensión del Señor cuando recibió un comunicado oficial, que fue leído delante de toda la congregación, emplazando a la Iglesia católica de toda Africa a un debate en el cual sus representantes deberían demostrar de acuerdo con la Sagradas Escrituras la ortodoxia de su doctrina(43). Podemos preguntarnos si detrás de las nuevas medidas que iba ahora a adoptar el monarca vándalo no hay una cierta inspiración bizantina, al menos parece curioso que el rey tome estas disposiciones aprovechando la estancia en Cartago del legado imperial, que servirá de testigo. Hay un claro paralelismo con actuaciones imperiales a propósito de la disidencia religiosa ante la fe oficial. No sólo es el concepto de autoridad, y de autoridad delegada por Dios, lo que el monarca vándalo comparte con el emperador romano, por la cual cree su deber y su derecho proceder a convocar a los dignatarios de las Iglesias a concilios y dictar medidas destinadas a solventar los conflictos religiosos, sino también su capacidad de velar por el cumplimiento de lo promulgado y de castigar con el exilio y otras penas a los rebeldes(44). La interpenetración Iglesia-Estado suponía una monarquía de derecho divino, así lo entiende y lo proclama en sus edictos el soberano vándalo imbuido de ideas romanas, pero no la oposición católica para quien solo era legítima su opción.

La conferencia se reunió en Cartago en Marzo del 484, pero el debate no llegó a celebrarse por la negativa de los obispos católicos a aceptar las disposiciones tomadas por el patriarca arriano Cirila para su realización y terminó siendo disuelta ante los graves disturbios que se desencadenaron, que fueron calificados de tumultos por las autoridades(45). Consecuencia directa de estos acontecimientos fueron las disposiciones tomadas por el rey, que ante lo que considera abierta provocación del clero católico, al que acusa de intentar levantar al pueblo y sembrar la confusión para evitar responder a las cuestiones propuestas en el debate, decidió aplicar a los clérigos católicos las leyes imperiales dictadas contra los herejes, y así procedió a exigir la entrega de los libros sagrados, a la confiscación de las iglesias y sus bienes y a la expulsión de los sacerdotes de las ciudades, además de amenazar con imponer importantes multas y castigos a los laicos y a las autoridades provinciales o locales que los protegiesen o no exigiesen el cumplimiento riguroso de las ordenanzas(46). Pero incluso tras estas duras disposiciones, el rey Hunerico trató de encontrar una salida que permitiese paliar la gravedad de las medidas y reconducir la difícil situación hacia términos más provechosos. Los obispos católicos concentrados en Cartago fueron abordados por funcionarios reales que les propusieron un trato por el cual, si juraban aceptar la voluntad del rey respecto a la sucesión en el trono y comprometerse en el futuro a no enviar más escritos a ultramar, les serían devueltas sus iglesias; muchos aceptaron al no encontrar motivo serio por el que negarse, otros alegaron que las Sagradas Escrituras prohibían jurar. A los primeros no se les devolvieron sus iglesias pero sí se les concedieron tierras para vivir, los segundos fueron deportados a Córcega(47). Eugenio de Cartago permaneció en Africa y fue exiliado a un oasis cerca de la ciudad de Turris Tamalleni junto con otros obispos(48).

El rey parece estar decidido a acabar de una vez por todas con la disidencia religiosa por medio de un edicto de unión, que fue promulgado en Febrero del 484. El plazo dado para la conversión de todos sus súbditos a la "verdadera fe" era superior a un año ya que debía expirar el 1 de Junio del octavo año de su reinado(49). La inicial transigencia hacia los católicos de los primeros años de su reinado no había dado buenos resultados. La Iglesia católica había aprovechado su política de tolerancia para realizar nuevos avances y extender su proselitismo entre los propios vándalos. El clero arriano le apremiaba a tomar medidas contundentes(50). Del relato de Víctor de Vita podemos deducir que se realizó un esfuerzo importante para lograr implantar el arrianismo en cumplimiento de la legislación real. Las conversiones parece que fueron numerosas; por supuesto, Víctor de Vita siempre alega que fueron obtenidas mediante la fuerza o el engaño, salvo en aquellos casos en los que las produjo el interés. Los católicos que aceptaban ingresar en la fe arriana pasaban, como era tradicional, por el rebautismo, y seguidamente se les proporcionaba un justificante que lo demostrase, sin el cual no se permitía ni a mercaderes ni a ciudadanos viajar libremente por el país. Los clérigos arrianos eran los encargados de este control y disponían de fuerzas armadas para ayudarlos en su tarea(51). Pero también, según comprobamos en los edictos reales las autoridades civiles y los propietarios de haciendas o sus administradores eran responsables del cumplimiento de lo decretado(52).

No obstante, junto a estas conversiones voluntarias o impuestas también hubo resistencia por parte de algunos católicos que prefirieron los castigos o la muerte antes que hacer apostasía de su fe. Dado que el rey murió meses antes de que hubiese concluido el plazo dado para la conversión obligada de todos no sabemos si estos mártires y confesores fueron especialmente perseguidos por algún motivo concreto, tal vez se distinguiesen por demostrar abiertamente la firmeza de sus creencias y así dar ejemplo a los débiles, aunque también parece que hubo persecutores particularmente celosos de su oficio(53). De particular significado nos parece el que el propio procónsul de Cartago fuese perseguido y castigado por no acatar lo dispuesto en el real edicto(54). En Africa las conversiones forzosas dictadas por la autoridad siempre habían contado con una fuerte oposición y los emperadores o sus delegados habían tenido que demostrar por todos los medios que no existía otra opción más que la de obedecer las leyes emitidas al respecto. En tiempos de Decio o de la Tetrarquía numerosos mártires africanos fueron víctimas cruentas de su pertinaz insumisión(55); pero muchos más, incluidas las propias jerarquías eclesiásticas, sucumbieron a la presión y los duros reproches posteriores dirigidos a los considerados traditores originaron el cisma donatista. A principios del siglo V los donatistas tuvieron que claudicar a su vez ante la imposición imperial de incorporarse al catolicismo cesando en su heterodoxia o exponerse a ser receptores de todas aquellas penas previstas en la legislación imperial contra los herejes, por obra de los príncipes ortodoxos(56), que son precisamente las mismas que ahora el monarca vándalo amenaza con imponer a los católicos, para mayor indignación de estos que lo perciben como una desvergüenza y un insulto grotesco(57). Los católicos faltos de apoyo humano, ya que ni ante la presencia el legado imperial Uranio cesan las brutalidades(58), sólo pueden esperar la ayuda de Dios.

Como respuesta divina a tanta iniquidad una atroz sequía se instaló en las provincias del Reino vándalo, los ríos y las fuentes se secaron, las cosechas se perdieron, los animales morían de sed y la tierra no podía ser labrada por falta de bestias, los campesinos morían a su vez de hambre y de enfermedad; un viento abrasador agostaba los campos y esparcía nubes de polvo por doquier. Grupos de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, vagaban alrededor de pueblos y ciudades en busca de un pedazo de pan, pero sufrirían el hambre como los perros en justo castigo por haber negado la Trinidad provocando así a Dios. Las calles de las ciudades y los caminos se iban sembrando de cadáveres que permanecían sin enterrar por falta de medios y de fuerzas, de esta forma la pestilencia de los muertos mataba a los supervivientes. Una multitud de desgraciados se presentó a las puertas de Cartago buscando auxilio pero se les impidió la entrada y se les expulsó a sus pueblos por miedo a que contagiaran a la población, la mayoría no pudo regresar a ellos, encontrando en el camino una segunda muerte aquellos que ya habían hallado la primera por el rebautismo arriano.

El tono apocalíptico remata la obra de Víctor de Vita, escrita como dice un su prólogo para dejar constancia de los hechos acontecidos en las regiones de Africa arrasadas por los arrianos. El autor presa del pesimismo siente que está llegando el fin del Imperio y el fin de los tiempos(59). Los bárbaros con su envidia de todo lo romano, con su anhelo de oscurecer el esplendor y la nobleza del nombre romano desean que no sobreviva ninguno de ellos. Si hasta ahora han conservado a algunos es tan solo porque quieren someterlos a la esclavitud. Aquellos que los alaban vergonzosamente deberían reflexionar sobre el significado de su nombre y sobre sus maneras. ¿Hay algún otro nombre que exprese mejor que éste la ferocidad, la crueldad y el terror? Pero es en el terreno religioso donde su rabia y su avariciosa crueldad se manifiestan con mayor furor en busca de la perdición de las almas y de las riquezas de los católicos. Los católicos del mundo entero deberían acudir a llorar con sus hermanos africanos, compartir el dolor de los suyos según las enseñanzas del apóstol Pablo, porque el asunto concierne a la fe que tienen todos en común.

En los últimos capítulos de la obra de Víctor de Vita la suerte de Africa se adapta con gran precisión a la de Jerusalén. Las Lamentaciones son el marco escogido para mostrar este paralelismo. La desolación es el precio que Africa debe satisfacer por haber incurrido en la ira de Dios al igual que lo pagó Jerusalén: "Sus sacerdotes y sus ancianos han muerto en lugares desiertos y en islas mientras buscaban alimento y no lo encontraron. El enemigo alargó su mano a todos sus tesoros, pues vio a los gentiles invadir y penetrar en sus atrios, aquellos a los que habías ordenado no entrar en tu iglesia. Sus caminos están de duelo, pues ya nadie viene a sus fiestas"(60). Sus vírgenes deambulan por ásperos senderos y sus jóvenes, criados en las aulas de los monasterios han ido al cautiverio con los moros"(61). Víctor de Vita se queja de que la Iglesia de Africa está afligida y sola, no hay quien la auxilie en su terrible trance, los poderes terrenales no han acudido en su ayuda: "Buscó entre los padres de Oriente uno que quisiera compartir su dolor y no halló a nadie que la consolara"(62), por eso ahora implora la intercesión de las fuerzas celestiales: los patriarcas, los profetas y los apóstoles son invocados como testigos de las iniquidades de los vándalos arrianos.

El rey Hunerico murió en Diciembre de ese mismo año, corroído su cuerpo por la enfermedad, por lo que no vio cumplirse el plazo dado para la conversión forzosa de todos sus súbditos.
 

3. Conclusión

En 1930 publicó Ch. Saumage un artículo destinado a hacerse célebre titulado "La pax vandale", Saumage acababa de leer los dos recién publicados trabajos del padre Lapeyre sobre la vida y la obra de san Fulgencio de Ruspe y había llegado a la conclusión que el santo a pesar de su disidencia y sus constantes enfrentamientos con las autoridades religiosas y políticas vándalas gozaba de una asombrosa libertad de acción y de expresión. Bien es verdad que a la muerte de Hunerico se había iniciado una nueva etapa en el plano religioso, pero Guntamundo y sobre todo Thrasamundo siguieron siendo considerados reyes perseguidores por los católicos. Pero el país descrito por Víctor de Vita con los más sombríos tintes no aparece desolado sino tranquilo desde el punto de vista social y sólo turbada su paz por las esporádicas incursiones de los moros. Otros autores como Ch. Courtois o L. Maurin, J. Kolendo y T. Kotula y más recientemente N. Duval, F. Clover, Y. Durliat o Y. Thebert continuaron la corriente revisionista ya que nuevas fuentes, y otros indicios de tipo arqueológico, muestran que el Africa vándala era una tierra tranquila e incluso próspera (63) .

Podemos concluir con que a pesar de tanta desdicha como narran nuestras fuentes literarias, el Africa vándala, no sucumbió a sus dolores, tal vez porque no eran los de su población entera sino los de un grupo concreto, el de los católicos renuentes, compuesto principalmente por clérigos, que a menudo prefirieron afrontar los castigos e incluso la muerte antes que traicionar la fe nicena y que lucharon activamente por defender unos derechos adquiridos a lo largo de los reinados de los últimos emperadores católicos, que le habían otorgado a la Iglesia católica africana una tremenda influencia social y múltiples bienes materiales. 



NOTAS

1.     Vid, C. Bourgeois, "Les Vandales, le vandalisme et l'Afrique", AntAfr., 16, 1980, 213-228.

2.     Orosio, VII, 43, 15-17.

3.     Procopio, Bell. Vand., III, iii, 22-26; Jordanes, Get., XXXIII, 167.

4.     Agustín, Epist., 220, 7.

5.     Expositio totius mundi, 61.

6.     Posidio, Vit. Aug., 30, corresponde a la Epist., 228 de san Agustín; cf,. P. Courcelle, Histoire littéraire des grands invasions germaniques, París 1963(3ª). León Magno, Epist., XII, 8, sobre el problema de las religiosas violadas.

7.     Víctor de Vita, 24, Hist. persc., I, 3; I, 4; I, 8.

8.     Posidio, Vit. Aug., 28.

9.     Quodvultdeo, De temp. barb., I; De temp. barb., II; Víctor de Vita, Hist. persc., I, 10. Víctor de Vita sigue a Posidio y Quodvultdeo para la narración de los acontecimientos de esta primera etapa de la que él no fue testigo.

10.     Agustín, Epist., 228: carta en respuesta a otra de Honorato de Thiava reproducida por Posidio.

11.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 5.

12.     Qodvultdeo, De Temp. Barb., II, v, 11.

13.     Aquí estoy en desacuerdo con el punto de vista de A. Isola, I cristiani dell'Africa vandalica nei Sermones del tempo (429-534), Milán, 1990, 37-45, sin duda muy influido por las fuentes en las que se basa su obra.

14.     Procopio, Bell. Vand., III, 5, 16.

15.  Posidio, Vit. Aug., 28.

16.     Ch. Courtois, Les Vandales et l'Afrique, París, 1955, 169-170; M. E. Gil Egea, Africa en tiempos de los vándalos: continuidad y mutaciones de las estructuras socio-políticas romanas, Alcalá de Henares, 1998, 225-226.

17.     Próspero, 1327.

18.     Quodvultdeo, De temp. barb., II, viii, 7-11; Serm. I, de accedentibus a gratiam, 12.

19.     Agustín, Epist., 166, 2.

20.     Quodvultdeo, De Symb., II, 24; De temp barb, I, 10; Adv. V Haer. 8. Estos sermones fueron atribuidos primero a san Agustín y posteriormente a Quodvultdeo de Cartago no sin algunas retincencias al respecto. Vid, M. Simonetti, La produzione letteraria latina fra romani e barbari (sec. V-VIII), Roma, 1986, 36.

21.     Quodvultdeo, Liber Prom., D, 7; D, 18; D, 19; D,7. En cuanto a la política de moralización social llevada a cabo por los vándalos a su llegada a Cartago prohibiendo la prostitución e impidiendo ejercicio, vid, Salviano, Guv. Dei, 7, 46.

22.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 15.

23.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 22-23. Es posible que como nota A. Isola, o. cit., 96, que dentro del pensamiento de la Iglesia católica estaba el aceptar lo irremediable en el plano político, es decir la soberanía vándala, pero como enseña Quodvultdeo en De temp. barb, I, 4, 16, tras la cita de "honremos al César en cuanto César" se apostilla, "pero temamos a Dios".

24.     Hidacio, Chron., 120.

25.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 15.

26.     Ferrando, Vit, Fulg, I; Teodoreto de Ciro, Epist., XXIX-XXXVI.

27.    Víctor de Vita, Hist persc., I, 17-18.

28.    Víctor de Vita, Hist. persc., I, 9; I, 15-16.

29.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 24; I, 27; I, 29.

30.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 39-42; I, 51.

31.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 43; I, 47.

32.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 48-50.

33.     Víctor de Vita, Hist. persc., I, 51. Esta embajada es mencionada también en Malco de Filadelfia, frag. 5 (ed. Blockley) aunque nada se dice aquí de gestiones hechas en beneficio de la Iglesia católica.

34.     Víctor de Vita, Hist. persc., II, 2-6. Malco de Filadelfia, frag., 17, tan sólo se refiere a esta nueva embajada desde el ángulo político ignorando u obviando las implicaciones religiosas. Tanto Zenón como Hunerico parecen dispuestos a llegar a acuerdos. En cuanto a Eugenio Ch. Courtois sugiere que pudo llegar de Oriente con el propio legado imperial Alejandro, vid, Victor de Vita et son oeuvre, Argel, 1954, 21.

35.     Sobre la política religiosa de Zenón véase E. Dovere, "L'enotico de Zenone Isaurico. Preteso intervento normativo tra politica religiosa e pacificazione sociale", SDHI, 54, 1988, 170-190; P. Charanis, Church and State in the Later Roman Empire, Tesalonica, 1974, 43-47. El Henótico, edicto de unión, que intentaba llegar a un compromiso entre los partidarios y los opositores al concilio de Calcedonia fue hecho público en 482, sin duda Zenón comprendía en 481 la preocupación de Hunerico por lograr la pacificación religiosa en su reino y abogaba por una solución negociada.

36.     M. Wiles, Archetypal Heresy. Arianism through the Centuries, Oxford, 1996, 27-34.

37.     Víctor de Vita, II, 7-10.

38.     Víctor de Vita, Hist. persc., II, 12-16.

39.     Se deduce de Víctor de Vita, Hist. persc., II, 16, porque dice que algunos de los condenados a trabajos forzados pasaron aún cinco años, o más, de sufrimiento y Hunerico reinó siete años y 11 meses.

40.     Víctor de Tununa, Chron., a. 466. La cronología de Víctor de Tununa en relación con los reinados de los soberanos vándalos es confusa, pero según su relato la persecución se inicia en el segundo año del de Hunerico, la fecha nos parece excesivamente temprana dado que fue en 481 cuando permitió el nombramiento del obispo Eugenio de Cartago.

41.     Ch. Courtois, Les Vandales, 294, estima que la Iglesia católica debió involucrarse en la conspiración y por ello sería perseguida, aunque Víctor de Vita interesadamente lo calle.

42.     Víctor de Vita, Hist. persc., II, 26; II, 28; I, 18.

43.     Víctor de Vita, Hist. persc., II, 38-39.

44.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 3.

45.     Víctor de Vita, Hist. persc., II, 53-55.

46.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 2-14. CTh., XVI, 5, especialmente XVI, 5, 52; XVI, 5, 54; XVI, 5, 56; XVI, 6, 4, 4 para la legislación imperial aludida.

47.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 18-20.

48.     Notitia prov. civ. Africae, Procons. 1; Víctor de Vita, III, 34; III, 43; Lat. reg. Wand., 5.

49.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 12.

50.     Víctor de Vita, Hist. persc.,III, 29-30; III, 42.

51.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 47-48.

52.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 12-13.

53.     Víctor de Vita, III, 21-52.

54.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 27. También Procopio, Vell. Vand., III, viii, 3-4 se hace eco de la represión religiosa de Hunerico.

55.     CH. Saumage, Saint Cyprien évêque de Carthage, "pape" d'Afrique (248-258) Contribution à l'étude des "persécutions" de Déce et Valerien, París, 1975; P. A. Février, "Martyrs, polémique et politique en Afrique (IVe-Ve siècles)", Revue d'Histoire et de Civilisation du Maghreb, 1966, 8-18; Y. Duval, Loca Sanctorum Africae, 2 vol. Roma, 1982.

56.  W. H. C. Frend, The Donatist Church. A movement of protest in Roman North Africa, Oxford, 1952; E. Tengström, Donatisten und Katholiken; sociale, wirtschaftliche und politische Aspekte einer nothafricanischen Kirchenspaltung, Gotenburgo, 1964; S. Lancel, Actes de la Conférence de Carthage en 411, 3 vol., París, 1972-1975.

57.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 2.

58.     Víctor de Vita, Hist. persc., III, 32.

59.     Víctor de Vita, Hist persc., III, 32.

60.     Víctor de Vita, Hist. persc., III; 67-68. Cf., Lam., 1, 19; 1, 10; 1, 4.

61.      Víctor de Vita, Hist. persc., III; 67-68. Cf., Lam., 1, 19; 1, 10; 1, 4; 1, 18.

62.      Salm. 69, 21.

63.   Ch. Courtois, L. Leschi, C. Perrat y C. Saumage, Les Tablettes Albertini. Actes privés de l'epoque vandale (fin du Ve siècle), París, 1952 ; L. Maurin, "Thuburbo Maius et la paix vandale", CT, 15, 1967, 225-255 aunque este autor aboga por la decadencia en lugar de la destrucción , tesis matizadas por J. Kolendo y T. Kotula, "Quelque problemes du développement des villes en Afrique romaine", Klio, 59, 1, 1977, 175-184; N. Duval, "Observations sur l'urbanisme tardif de Sufetula", CT., 12, 1964, 87-166, entre sus múltiples trabajos sobre el Norte de Africa; F. Clover, "Carthage and the Vandals", The Late Roman West and The Vandals, Variorum, 1993, cap. VI; Y. Thebert, "L'évolution urbaine dans les provinces orientales de l'Afrique romaine tardive", Opus, II, 1, 1983, 99-132, habla de transformación urbana en vez de decadencia; Y. Durliat, "Les finances municipales africaines de Constantin aux Aghlabides", BCTH, n. s., 19 B, 1985, 377-386, constata que la pronta restauración del sistema impositivo financiero por los bizantinos fue debido precisamente a la no desaparición en el Africa vándala de las estructuras romanas.