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MUERTE REAL Y MUERTE SIMBÓLICA EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO: DOS FORMAS DE IDENTIFICACIÓN CON EL SALVADOR.
 
Israel Campos. Universidad de las Palmas de Gran Canaria
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Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.

Epístola a los Filipenses cap. 1, 20-21.

Las condiciones en las que se desarrollaba la vida de los hombres y mujeres de la Antigüedad clásica les había enseñado a afrontar con naturalidad el hecho cotidiano de la muerte. Las vidas se extinguían después de haber dejado su huella y según el ambiente religioso en el que se movía se le daba una mayor o menor solemnidad a este hecho.

Si seguimos a Franz Cumont nos encontramos con que en la época de las Guerras Civiles, o bajo el reinado de Nerón o Cómodo, apenas se creía en las recompensas o castigos de ultratumba. Las nociones sobre la vida futura eran imprecisas, nebulosas, dudosas y contradictorias(1). La mitología tradicional y la disposición ante la muerte que ofrecía la religión oficial romana se encontraban en entredicho(2). Es en esta misma época en la que se experimenta el progresivo auge de otro tipo de religiosidad, aquel que proviene de Oriente, que toma la forma de cultos mistéricos y que está en condiciones de ofrecer a la población insegura aquello que anda buscando. Las Religiones Mistéricas que se desarrollaron en Roma a partir de la dinastía Julio-Claudia tuvieron la capacidad de estimular las inquietudes de los fieles romanos, ofreciéndoles una nueva forma de religiosidad, una manera diferente de relacionarse con los dioses, pero, sobre todo, un sentido último a su vida cotidiana y una esperanza futura(3). El carácter fundamental de los cultos mistéricos se centra en la salvación del fiel, del devoto que decide iniciarse en los misterios de la divinidad. Dentro de los matices que completan la noción de Religión Mistérica se encuentra el carácter de muerte y resurgimiento, es decir, la muerte y resurrección del dios en torno al cual se constituye el misterio(4). El iniciado identifica así su vida con la suerte que ha corrido su dios. Y espera gozar al final de la recompensa eterna que éste le tiene prometido.(5)

La muerte queda confirmada dentro del ámbito de lo religioso y bajo el poder divino (ya vemos que estos dioses consideran dentro de sus "competencias" el estar por encima de los límites que impone la muerte corporal). De tal manera que ocupa un lugar dentro de la liturgia, incorporándose a los rituales y desempeñando un papel simbólico muy importante. Como veremos más adelante, la muerte es espiritualizada y reinterpretada como tránsito hacia otro estado. Se le confiere un sentido y se la vincula a ciertos elementos (como el agua o la luna)(6) a los que se les atribuye la capacidad ritual de representar muertes simbólicas.

La manera en que el fiel se incorpora al seguimiento de la divinidad mistérica se concreta por medio de un proceso de iniciación. Esta iniciación estaba empapada de una carga ideológica que giraba en torno a la imagen de la muerte simbólica(7). Mircea Eliade lo resume de una forma bastante certera:

El neófito muere a la vida profana para renacer a una nueva existencia, santificada, renace igualmente a un nuevo ser que hace posible el conocimiento, la conciencia la sabiduría. El iniciado no es solamente un recién nacido: es un hombre que sabe, que conoce los misterios, que ha tenido revelaciones de orden metafísico.(8)

Este es el marco religioso en el que se va a situar el Cristianismo según se vaya saliendo de los marcos geográficos donde se origina. Si bien lanzarnos a identificar a la religión cristiana como una más de las Religiones Mistéricas nos llevaría a abrir un amplio y arduo debate, no podemos eludir el situarla dentro de la órbita espiritual oriental; por tanto, nos resulta difícil negar la existencia y actuación de algunos de los aspectos concretos que acabamos de comentar acerca de los cultos mistéricos. Es en esta línea en la que hemos planteado el tema de nuestra ponencia: muerte simbólica y muerte real. Veremos cómo la muerte encontrará dos formas de concretarse dentro del Cristianismo y cómo cada una de ellas permitirá a los creyentes identificar su gesto con la hazaña de su dios fundador.

Actitud ante la muerte en el Cristianismo Primitivo.

El Cristianismo como religión tiene su punto de partida en un hecho que a primera vista se nos presenta como traumático: la crucifixión como un delincuente de Jesús de Nazaret y la posterior propagación por parte de sus discípulos de la noticia de que éste ha resucitado. Observamos que la muerte de Jesús ocupa un papel fundamental en el origen de la religión, lo que lleva a los primeros seguidores a preguntarse y reflexionar sobre su significación y sentido. Se hace necesario entender la defunción de Jesús para comprender el propio sentido de la vida y muerte del cristiano. Siguiendo a Roloff y a Gesteira Gaza(9) podríamos reconocer tres modelos de explicación con los que interpretaron los cristianos este acontecimiento:

· La fórmula del contraste, donde se contraponía la muerte de Jesús como un asesinato injusto, frente a la resurrección por la que Dios salva a su ungido. Este modelo se apoya en textos como el de los Hechos de los Apóstoles: Jesucristo, el Nazareo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos (Hch. 4,10).

· La fórmula de la causalidad histórico-salvífica, se insiste en que la muerte de Jesús está en relación con los designios salvadores de Dios y en el cumplimiento de las escrituras. Es lo que se relata en el episodio de Emaús: ¿no era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. (Lc. 24, 26-27)

· La fórmula soteriológica, en la que la salvación aparece vinculada al sufrimiento y a la muerte por muchos. Que será la que ocupe un lugar más destacado: Cristo murió por nuestros pecados (1Cor.15, 3).

La figura de Jesús cobra un significado simbólico como modelo a seguir por parte de todos los fieles. Su muerte adquiere una importancia central (que en algunos momentos llegó a eclipsar a la propia resurrección) en cuanto muerte modélica y su simbología se asienta en distintos campos de la religión cristiana(10). El creyente entiende su vida como una aspiración a seguir los pasos que ha marcado su maestro. Esto se irá concretando tanto en la forma de llevar su vida diaria, siguiendo los preceptos morales(11) y la nueva manera de relacionarse con Dios; como también a la hora de encarar la muerte en cualquiera de las formas en que ésta pudiera venir.

El bautismo como muerte simbólica.

El bautismo como elemento ritual dentro del Cristianismo es heredero de las prácticas del judaísmo sobre la purificación tan estrictamente legisladas en la Torá y que disponían al hombre a presentarse limpio ante Dios (Lev.11,32; 14,1-9; 15,5-6; 16,24; Num.19, 2-10; 31, 22). La actuación de Juan el Bautista confirió un carácter singular a la práctica de la inmersión como modo de escenificar la intención del creyente por mejorar su forma de vida y convertirse. Pero al mismo tiempo, el bautismo fue también el rito iniciático por el cual los aspirantes eran integrados dentro de la comunidad de los fieles y, en cuanto tal, se relaciona estrechamente con todo el conjunto de prácticas iniciáticas que eran características de las religiones orientales que hemos comentado anteriormente. De tal manera, lo que a primera vista podría verse como la simple práctica de ser sumergido (el significado originario de la palabra griega es inmersión y está en relación con el verbo arameo Tebal que hace referencia a la toma del baño de inmersión)(12) adquiere una carga simbólica importante y especial. La inmersión en el agua está vinculada estrechamente a la imagen de la muerte, pero nunca a una muerte real, sino espiritual; es decir, a través del agua se está representando la regresión y el abandono de la vida pasada, para dar paso a la regeneración(13). Esto sitúa al bautizado dentro de un estado de PALIMGINESIA, en un cambio radical del régimen existencial del iniciado(14).

El agua o el acto de inmersión como elemento purificador e iniciático está presente en otros cultos mistéricos como los de Isis o Mitra(15). La característica que definirá el bautismo cristiano estará en la carga simbólica y teológica que irá recibiendo especialmente desde la figura de Pablo de Tarso y con la toma del protagonismo de los cristianos de origen helénico.

El bautismo implica la incorporación del neófito a la comunidad (Hch1,38; 8,12; 16,36; 7,18), supone que después de haber pasado un período de preparación y pruebas (de hasta tres años según Hipólito)(16) puede participar plenamente en la eucaristía y demás actos de la Iglesia. Pero en cuanto sacramento, y no vamos a entrar tampoco a detenernos sobre la cuestión de si fue instituido como tal por el propio Jesús, encierra una simbología mistérica que es posible rastrear en las cartas de Pablo y ya más asentada en los escritos de los Padres de la Iglesia (Ignacio de Antioquía, Juan Crisóstomo, Cipriano de Cartago, Cirilo de Jerusalén, Eusebio de Cesarea, Agustín de Hipona...)

A través de las epístolas paulinas podemos comprobar la pronta interrelación que se quiso establecer entre la muerte de Jesús y el bautismo del cristiano. La carta que Pablo dirige a la comunidad de Roma es bastante gráfica en cuanto a la idea que queremos explicar:

[3] Como ustedes saben, todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte. [4] Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva. [5] Una representación de su muerte nos injertó en él, pero compartiremos también su resurrección.

[6] Como ustedes saben, el hombre viejo que está en nosotros ha sido crucificado con Cristo. Las fuerzas vivas del pecado han sido destruidas para que no sirvamos más al pecado. [7] Hemos muerto, ¿no es cierto? Entonces ya no le debemos nada. [8] Pero si hemos muerto junto a Cristo, debemos creer que también viviremos con él. [9] Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; desde ahora la muerte no tiene poder sobre él.

[10] Así, pues, hay una muerte y es un morir al pecado de una vez para siempre. Y hay un vivir que es vivir para Dios. [11] Así también ustedes deben considerarse a sí mismos muertos para el pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. ( Rom 6, 3-11)

La idea del apóstol y también de la Comunidad Primitiva gira en torno a la necesidad que tiene el creyente de romper con todo aquello que determinaba su vida anterior. Para ello construye la imagen metafórica del hombre viejo o el hombre según la carne para ofertar la transformación en el hombre nuevo o el hombre según el espíritu (Rom. 6,6; Tit.3,3-5; Col 3,9-10; Col 3,20; Ef.4, 22-24), de tal manera que el ritual de la inmersión se convierte en la representación de la muerte simbólica, en la que el neófito ha muerto a su existencia pasada (Gal 3, 27) (17) y se incorpora a la nueva vida de los creyentes. Pero a su vez, el ser bautizado se convierte en sinónimo de ser crucificado (Gal.2,19; 5,24; Rom.6,6). La muerte simbólica por la que pasa el iniciado es equiparada a la muerte que experimentó Jesús, de tal modo que el cristiano por el hecho de ser bautizado está asumiendo que participa de la misma suerte que su maestro. El propio Cirilo de Jerusalén lo expresa así: el bautismo no es sólo purificación de los pecados y gracia de la adopción, sino también anticipo de la Pasión de Cristo. El bautizo se constituye en algo más que un rito de incorporación, implica una muerte simbólica a su vida pasada; es el establecimiento de un nuevo dies natalis (18)y la identificación con la promesa de resurrección que está implícita en la muerte de Jesús.

El martirio como muerte real.

La actitud represora adoptada progresivamente por las autoridades romanas a partir del gobierno de Nerón obligó a las primeras comunidades cristianas a enfrentarse a la cruda y peligrosa realidad. La muerte de Jesús, ajusticiado por el poder político romano no se había quedado en un hecho aislado. Al contrario, cada vez iba aumentando el número de fieles creyentes que se enfrentaban al mismo fin que había tenido su maestro. De tal manera que el Cristianismo se veía abocado a encontrar en la religión romana, y al Estado como garante de ésta, su más acérrimo opositor(19). Así surge la figura de los mártires, aquellos creyentes que dan testimonio con su muerte del convencimiento que tienen en su fe y en la esperanza en la resurrección prometida.

Las persecuciones crearon dentro de la Iglesia un fuerte movimiento de tensión espiritual que sirvió de estímulo para reforzar los lazos internos y potenció el desarrollo de la reflexión teológica y apologética que ayudara a comprender las vicisitudes por las que se estaba pasando. Los creyentes tuvieron que enfrentarse a la cercanía de una muerte cruenta. Esto obligó a buscar formas de interpretar el martirio, de integrarlo dentro del misterio cristiano. Algunas de las propuestas quieren ver en palabras de Jesús recogidas en los evangelios un anticipo de las persecuciones que se están viviendo (Mc 4,17, Jn 12,25; 16,33) El propio apóstol Pablo fundamenta el sentido de los encierros y penalidades que sufre como una consecuencia de su seguimiento de Cristo. Él cree que es una parte más de su misión y puesto que el propio Jesús también fue perseguido, todo creyente debe asumir que su fe en el Mesías va a llevarle a sufrimientos y pruebas (Rom 4,19-22; 8,35-36; Tim 1,7; Heb 10, 33; Filp 1,7; 2Cor 11, 23ss.) Los Padres de la Iglesia continuarán con la línea marcada por Pablo desarrollando la doctrina que confiere un significado teológico a la muerte por martirio. El papel de los mártires dentro de la Iglesia Primitiva había logrado un gran prestigio, se llegó a considerar el más alto modo de dar pruebas de la fe verdadera que se tenía(20). Los obispos Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna esbozaron el valor espiritual que podía contener la muerte del mártir en la fe. Se destacó con mayor énfasis el carácter sacrificial de la muerte y del derramamiento de sangre del mártir sobre la vida en su globalidad. El sacrificio acaece en la entrega cruenta de la propia vida. La donación del testigo adquiere un sentido al ser fruto de una vida y desembocar al fin en la resurrección(21). A partir de la revalorización que experimenta el hecho mortal del martirio(22) los cristianos construyen en torno a él una imagen mitificada. Minucio Félix pone en boca de su personaje Octavio una descripción del modo como el cristiano debe encarar la muerte: Enfrenta con una sonrisa el ruido de la muerte y el horror de la ejecución (...) rinde cuentas sólo a Dios, como un triunfo victorioso, y desafía al juez que ha dado la sentencia contra él. (XXXVII, 1).

Las actas de los mártires se convierten en lectura modélica, en ellas son narrados los procesos judiciales que se abren contra los cristianos y se exalta la actitud firme ante el castigo, la obstinación en perseverar en la fe y la valentía en enfrentarse a la muerte. Por supuesto que también se debe reconocer una fuerte carga espiritual. Los ajusticiados no dejan de tener sueños y visiones donde la presencia de Cristo, los ángeles y otros mártires precursores les da la fortaleza necesaria para aguantar y los anima a perseverar ante la promesa de resurrección.(23) No podemos ignorar, sin embargo, el mensaje exterior que el Cristianismo estaba transmitiendo a través de sus mártires. Muchos nuevos adeptos se acercaron atraídos por el ejemplo y la consecuencia de estar personas, interpelados por aquella religión y aquél dios por quien estos individuos eran capaces de dejarse matar.(24)

El mártir con su muerte está siguiendo los pasos de Jesús y vincula su pasión a la suya (Mt 5,10-12; Jn 11,26). Pero aún implica más cosas. Habíamos visto que el modelo referencial estaba asentado en la muerte de Cristo. La idea de sacrificio y entrega ya había tomado forma y a partir de Ignacio de Antioquía se habla del martirio identificado con la Eucaristía. Este obispo concibe su martirio en Roma (y así lo escribe a su comunidad de origen) como una celebración eucarística; es decir, confiriendo un sentido martiriológico-eucarístico al ágape(25).

El cristiano que llegaba al martirio asumía que estaba entregando su vida, sacrificaba su existencia por un ideal mayor, que le sobrepasaba. La seguridad y el convencimiento de estar entrando en la promesa de eternidad que ofertaba el Cristianismo era el apoyo que utilizaban al enfrentarse a los pretores y verdugos romanos. De esta manera, estaban haciendo el camino que el propio Jesús les había invitado a recorrer (Mc 10,38). Estaban reproduciendo y compartiendo la misma muerte que había corrido su maestro.

Conclusión.

El cristianismo integró el hecho de la muerte presentando como paradigma de ella lo acontecido con su maestro. El cristiano debía entender que su fe en Jesucristo le hacía poder superar las barreras físicas que la muerte imponía, ya que la esperanza se encontraba puesta no en la vida terrenal, sino en la vida futura que tendría lugar con la instauración del Reino. El sacrificio de Jesús había supuesto que la muerte no era el final, sino un tránsito. Los fieles se beneficiaban de los efectos salvíficos que contenía la crucifixión. El bautismo del cristiano constituía un rito de iniciación, pero también el creyente comenzaba su camino de identificación y asunción del modo de ser de Cristo. La inmersión en el agua simboliza una ruptura con el pasado, un nacimiento nuevo, para ser y vivir como el Mesías. La muerte simbólica era una metáfora de la muerte al pecado, al hombre viejo y una asimilación con la vida del Salvador.

Con el martirio, el cristiano se encontraba con la oportunidad de dar testimonio de lo asumido en el bautismo. Había aceptado que nacer era empezar a morir (Ef. 2,10) y que en algún momento recibiría de manos de Cristo este cáliz. El mártir no pierde la vida, la está dando, porque está convencido de que es el Señor quien se la reclama para poder unirse definitivamente con Él. (Filp. 1,21ss)



BIBLIOGRAFIA.

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NOTAS

1.CUMONT, F. Las religiones orientales y el paganismo romano. Akal, Madrid, 1987. Págs. 44ss.

2.Un pasaje de Juvenal resumía esta situación: que haya Manes, un reino subterráneo, un Caronte armado de una pértiga y las ranas negras en las simas de la Estigia, y que tantos millares de hombres puedan atravesar la onda en una sola barca, eso no se lo creen ni los niños. (Juvenal, II ). Mucho más sutil en su crítica a la mitología tradicional fue Luciano de Samósata quien en sus Diálogos de los Muertos banaliza las ideas tradicionales sobre la otra vida. Cayo Petronio ofrece una imagen más desoladora aún sobre la decadencia de la religiosidad tradicional: ahora nadie cree en las divinidades, no se ayuna, no se hace caso de Júpiter, ni piensa nadie más que en el oro (Satiricón, XLIV). De ahí que pensemos que los intentos de Virgilio por presentarnos el clásico mundo de los muertos como un lugar idílico y justa recompensa para las almas no pasaron de ser un recurso literario que probablemente no impresionara más que a la población escasamente instruida y deseosa de recibir respuestas tranquilizantes. Cfr. Virgilio, Eneida, VI.

3.Aristóteles describía de esta forma a los cultos mistéricos: estos cultos buscaban producir en los iniciados algún cambio psicológico importante, para hacer que ellos no aprendieran algo, sino que experimentaran algo y ser un grupo recto. Cfr. SMITH, M. Studies in the cult of Yahveh, vol 2. EPRO, 132. Leiden, 1996, p.122. Fox en su amplio trabajo sobre la vida religiosa en el Imperio romano vincula la creciente práctica de la inhumación frente a la tradicional incineración como una consecuencia de la extensión de los cultos mistéricos y un cambio en las perspectivas concernientes a una vida futura. Cfr. FOX, R.B. Païens et Chretiens. La religion et la vie religieuse dans l'Empire Romaine de la mort de Commode au Concile de Nice. PUM. Toulosse, 1997. Pág 102-ss. Bayet nos ofrece con su estudio sobre la religión romana un análisis de las causas por las que estos cultos orientales lograron encontrar su hueco dentro de la Roma Imperial, superando los obstáculos y persecuciones recibidos durante la República. Cfr. BAYET, J. La Religión Romana, Cristiandad, Madrid, 1984, pp. 209ss.

4.SFAMENI GASPARRO, Il Mitraismo nellámbito della fenomenologia misterica. En BIANCHI, U. Monumenta Mithrae. EPRO 80, Leyden, 1979, pág 302.

5.Es la promesa que le hace la diosa Isis al protagonista de la novela el Asno de oro. APULEYO, Metamorfosis, XI,6.

6. Sobre el valor simbólico del agua y, especialmente, como expresión simbólica de la muerte nos remitimos a los distintos trabajos de M. ELIADE: Images et Symbales, Gallymard, 1980; Iniciaciones místicas. Madrid, 1975; Lo Sagrado y lo Profano. Madrid, 1957.

7. El modo como esta representación de la muerte y la vuelta a nacer estaba presente en los ritos iniciáticos ha sido estudiada en cada uno de los cultos mistéricos. Para poder tener una visión general de esta praxis ritual me remito al trabajo de Burkert, W. Antichi Culti Misterici, Florencia, 1989. Pág 132ss.

8. ELIADE, M. Mitos, Sueños y Misterios. Grupo L88. Madrid, 1991, págs. 213ss.

9. GESTEIRA GAZA, M. La Eucaristía, misterio de comunión. Cristiandad, Madrid, 1983. Págs 277ss.

10. La muerte modélica de Jesús se convierte en referente de cómo debe enfrentarse a la muerte un cristiano. Pero también, cada una de las penalidades cotidianas en las que se vaya encontrando el creyente, serán pasadas por el tamiz teológico de estar formando parte de la Pasión de Cristo, y desde este referente se invitará a vivirlas con la misma actitud que mostró Cristo ante su pasión. Para ampliar esta idea nos remitimos al estudio de Davies sobre los rituales religiosos en torno a la muerte. DAVIES, DJ. Death, Ritual & Belief. Cassell, London, 1997. Págs. 106-113.

11.A este respecto podemos puntualizar que ya en el Cristianismo Primitivo hubo muchos casos en los que la figura del fundador quedó un tanto difusa (y no nos estamos refiriendo exclusivamente a las sectas gnósticas) y muchos de los bautizados entraban atraídos por los ideales morales que el Cristianismo había ido tomando de la filosofía helenística. Esta actitud la encontramos descrita en el relato que hace el obispo Cipriano de Cartago cuando cuenta qué fue lo que él encontró con la conversión. Cipriano, Ad Donatum, 3-4.

12. JEREMÍAS, J. Teología del Nuevo Testamento I, Cristiandad, Madrid, 1979 pág. 69

13. ELIADE, M. Images et Symboles. Pág. 198. CIRLOT, JE. Diccionario de símbolos. Barcelona, 1978, pág 54-55.

14. ELIADE, M. Iniciaciones místicas. Pág 191.

15. Ya hemos comentado la necesidad de concretar en gestos rituales la imagen del cambio que se produce en la vida del mistes cuando ha sido iniciado en los misterios. El agua, la miel, el fuego son elementos purificadores y en cuanto tal son utilizados en los cultos mistéricos. El uso del agua en los Misterios de Mitra está atestiguado por una referencia del apologista cristiano Tertuliano quien en su tratado De baptismo, 5 describe una práctica "bautismal". Apuleyo narra en su novela las distintas purificaciones por las que tiene que pasar Lucio para ser iniciado en los secretos de Isis (Metamorfosis, XI, 22). Burkert hace un estudio sobre el significado de la purificación dentro de las Religiones Mistéricas, (págs 134-135). También M. SMITH en el libro citado (n.5) hace referencia a estas posibles similitudes rituales presentes en los oráculos caldeos, la secta de los esenios, las iniciaciones isiacas y mitraicas. Pág. 96ss. Gwyn desarrolla la idea que nosotros estamos exponiendo en este trabajo pero en relación con el culto de la diosa Isis. A través del relato de Apuleyo, se puede llegar a entender que en la iniciación isíaca se asumía también una muerte a la vida pecadora y un renatus a una nueva vida de pureza y servicio a la diosa. Cfr. GWYN GRIFFITHS, J. Divine judgement in the Mystery Religiones. En BIANCHI et VERMASEREN, La Soteriologia dei Culti Orientali nell ' Imperio Romano. EPRO, 93, Leiden, 1982, pp. 201-202.

16. La preparación al bautismo implicaba que el aspirante recibía una instrucción catecumenal durante un determinado tiempo. Durante este período tan sólo podía asistir a la primera parte de la Eucaristía, es decir, a la liturgia de la Palabra. Llegado el momento de su bautizo, que solía hacerse coincidir con el Domingo de Pascua (en la liturgia pascual), el catecúmeno había estado preparándose por medio de ayunos, oración y exorcismos (muy parecido al relato que nos hace Apuleyo en su Asno de Oro). Tras pasar por la inmersión, recibía una unción y bebía leche y miel como un recién nacido que era. Cfr. PUECH, HC. Historia de las Religiones. Mundo Mediterráneo y Oriente Próximo, I . S. XXI, Madrid, 1979, págs. 343-344.

17. La transformación del cristiano en un hombre nuevo le lleva a romper en muchos casos con sus anteriores compromisos. Recomendamos para este asunto la lectura de GASCÓ, F. Impacto y tipificación de los cristianos en los ss. II y III, en Opúscula Selecta, U.Sevilla, 1996, págs. 49-61

18.BURKERT, op cit. Pág 132.

19. Las persecuciones contra los cristianos fueron un acto exclusivo de las autoridades romanas, ya que ni los propios judíos podían condenar a muerte sin el previo consentimiento romano. Para ver distintas teorías historiográficas sobre los argumentos sobre los que fundamentaban los romanos estas persecuciones, nos remitimos a MONTSERRAT, J. El desafío cristiano, las razones del perseguidor. Anaya, Madrid, 1992. Pp. 114-115. Bayet nos ofrece su explicación a las razones que podían mover a los emperadores a actuar contra el Cristianismo, no estaban solamente los motivos tradicionales con los que se había reprimido en su momento a Isis o Baco, ahora se conjugaba también el hecho que el emperador era a la vez pontífice máximo, lo que hacía más directa la interferencia entre razón de Estado y hechos religiosos (cfr. Bayet, J. op cit, pág 280).

20. Muy pronto comenzó a ser honrada la memoria de aquellos que habían perdido su vida por medio del martirio. El lugar donde se había producido el martirio (martyrium) se convertía en centro de peregrinación y veneración o incluso espacio ideal para los enterramientos. Cfr. DAVIES, DJ. op cit, pág 106. De tal manera que en una ciudad tan importante como Ostia, se piensa que hasta antes de la aceptación del Cristianismo como religión oficial, los cristianos se reunían en los cementerios a las afueras de la ciudad (cfr. Meigges, R. Roman Ostia, Oxford, 1997. Pág 391). Este asunto de perder la vida con tal de no ceder un ápice en aquello que la propia religión no toleraba (y que era la principal razón por la que eran condenados los cristianos en los tribunales romanos) se convirtió en un elemento que llamaba especialmente la atención a los no cristianos. De tal manera que estos, acostumbrados a compaginar a la vez prácticas e iniciaciones de diferentes dioses, les parecía el summum de la idiotez, el perder la vida por no ofrecer los sacrificios tradicionales al genius del emperador. Es lo que Celso reprocha a los cristianos en su Discurso verdadero: ¿qué os impide entonces prestar un pequeño homenaje a estos dioses y a los otros, si se prefiere la salud a la enfermedad, una vida feliz a una vida miserable, si se prefiere estar a cubierto de cautiverios y suplicios en la medida de lo posible? (6, 111)

21. GESTERIA GARZA, M op cit. Pág 300.

22. Un claro ejemplo de este hecho lo encontramos en la apología que hace Octavio en la obra de M. Félix. En el cap. XXXVII, 3 leemos una exaltación del martirio como un acto heroico: dejarse quemar antes que renunciar.

23.Cipriano de Cartago recoge en algunas de sus obras fragmentos de estos juicios, también cuenta cómo encaraban algunos mártires los últimos momentos antes de morir: De dom orat. IX; De hab. Virg. XXIV; De mort. XXVI. El sueño y la visión desempeñaban un papel fundamental en la psicología del mártir; su temática solía girar en torno al consuelo y la otra vida, con lo cual, se abrazaban inconscientemente al ideal espiritual que les había llevado hasta ese extremo. Cfr. Pasión de las Santas Perpetua y Felicitas, en RUIZ BUENO, M. Actas de los mártires. BAC, Madrid, 1951, págs 423ss. No debe extrañarnos este aspecto si recordamos que el elemento onírico (revelaciones y visiones) ocupa un papel destacado dentro de las Religiones Mistéricas. Recordamos aquí la vocación de Lucio-asno, a quien se le aparece la diosa Isis para explicarle su plan de salvación sobre él y los momentos precisos para sus iniciaciones: Apuleyo, Metamorfosis, XI,3; 20; 27.

24.Los Padres de la Iglesia fueron conscientes de esta doble función del martirio. Al mismo tiempo que servía para fortalecer el ánimo espiritual de los ya creyentes, atraía espíritus interpelados por el testimonio ofrecido en la arena de los circos. Tertuliano en su Apología I lo formula de manera magistral: la sangre de los cristianos se convierte en simiente. (13).

25. En el evangelio de Juan no está presente el pasaje de la instauración de la Eucaristía, sino que en ese momento lo que predomina es la idea de entrega por amor, manifestada en el lavatorio de los pies. Agape es utilizado por Ignacio de Antioquía para referirse a su martirio. Cfr. ALCAIN, JA. La Tradición. U.Deusto, Bilbao, 1998. Pág 265. De igual manera, la eucaristía era entendida también como un elemento preparatorio para poder afrontar el cáliz del martirio. Cipriano refiere en una de sus cartas: no puede ser apto para el martirio a quien la Iglesia no le arma para la lucha, y cede el espíritu al que no levanta e inflama la Eucaristía recibida. (Carta 57, n 4.)