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"El terror del Anticristo y el 'Sacco' de Roma por Alarico (410) en un tratado anónimo contemporaneo"
 
Copyright: Silvia Acerbi. Universidad de Cantabria
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Ed intravit Alaricus in Italiam ad XIV Kal. Dec.: así describió un antiguo cronista (Chron. Min. I. 229, Mommsen), el hecho de que el godo Alarico cruzase las fronteras itálicas el 18 de noviembre del 401. Poco después el poeta Claudiano recuerda que Alarico escuchaba todas las noches una voz que le susurraba: Intrabis in Urbem (De bello Pollentino seu Getico v. 544). En el 408 el propio Alarico manifestaba, según recuerda el historiador Sócrates, que un demonio lo empujaba contra Roma (H.E. VII; Cf. Sozomeno H.E. IX, 6). No hay que olvidar que, desde los tiempos de Nerón, la opinión pública romana pensaba que los cristianos eran capaces de incendiar Roma. En estos mismos años, los cristianos más extremistas, los monjes, vivían la espera del fin del mundo, que para muchos debía de coincidir con el fin de Roma. De hecho, cuando en el 396 Alarico invadió Grecia, se dijo que el paso de las Termópilas le había sido franqueado por los monjes esa impía gentuza con vestimentas oscuras, como recuerda el pagano Eunapio de Sardes. No puede sorprender que, si algunos paganos habían atribuido a los monjes la apertura del paso de las Termópolis, se les atribuyese también en ciertos ambientes el facilitar la entrada en Roma del mismo Alarico que se produjo el 24 de agosto del 410. Muchos pensaban que estaba por cumplirse en ellos las palabras proféticas de Horacio: (A Roma) la destruiremos nosotros, generación impía de sangre maldita (Epodo 16).

La caída de Roma en manos de los godos de Alarico debió causar un impacto difícilmente imaginable para los hombres de hoy día. Desde el siglo I existía toda una corriente de pensamiento dentro del cristianismo que tendía a asociar el final del Imperio Romano con el fin de los tiempos anunciado en los Evangelios y en el Apocalipsis de Juan(1). En la literatura latina cristiana se puede advertir toda una tradición en este sentido que se inicia con Tertuliano (Apol. 32, 1; ad Scap. 2) y continúa con Lactancio (Inst. 7, 15-16) y el Ambrosiaster (In II Tesal. 2, 1-4). Especialmente ilustrativo es el pensamiento de Lactancio. Este vió en los desórdenes políticos de su tiempo en que imperaba el sistema de la Tetrarquía el cumplimiento de las viejas profecías y creencias sobre el final de Roma: Al acercarse, pues, el final de este mundo cambiará necesariamente la situación de la humanidad, y la maldad, envalentonada, irá a peor, de forma que esta época nuestra, en la que la iniquidad y la maldad han crecido hasta un grado sumo, podrá ser considerada como feliz y casi dorada en comparación con aquel irreparable desastre... El motivo de esta devastación y destrucción será éste: el nombre de Roma, que ahora domina sobre el mundo -horroriza decirlo, pero lo diré, porque así va a suceder-, será arrancado de la tierra, el imperio volverá a Asia, y de nuevo el oriente dominará y el occidente será esclavo. Y a nadie debe extrañar que un imperio que tiene tan sólidos cimientos, que ha crecido durante tanto tiempo gracias a tantos y tan extraordinarios hombres y que finalmente se ha consolidado con tantos recursos, termine algún día en la ruina... Mostraré cómo sucederá esto, para que nadie piense que ello es increíble. En primer lugar, serán muchos los que ostenten el poder; y el poder sumo, al disiparse y caer en manos de muchos, disminuirá. Entonces aparecerán para siempre discordias civiles y no habrá descanso en las mortíferas guerras, hasta que aparezcan diez reyes con idéntico poder, los cuales se repartirán el orbe de las tierras, no para gobernarlo, sino para aniquilarlo. Éstos, engrosando mucho sus ejércitos y olvidando el cultivo de los campos -lo cual supone el primer paso de la destrucción y del desastre-, lo arruinará de pronto contra ellos, desde los límites extremos del septentrión, un enemigo poderosísimo, el cual, tras destruir a tres de aquellos reyes -los cuales habrán obtenido Asia-, se asociará a los otros, convirtiéndose en el primero de todos. Éste arrasará el orbe con tiranía irrechazable, mezclará lo divino y lo humano, tramará acciones execrables e inenarrables, revolverá en su pecho nuevos planes para convertir el Imperio en propiedad exclusiva suya, cambiar las leyes de los otros y ratificar las suyas, contaminará, robará, despojará, matará; finalmente, cambiando el nombre y la sede del imperio, seguirá la confusión y turbación del género humano (loc. cit.).

Pero todos estos textos son muy anteriores al 410(2). Al producirse los acontecimientos que precedieron y siguieron al "saco" de Roma por Alarico, los espíritus de muchos cristianos debieron experimentar una enorme turbación. Se daban muchas de las circunstancias que aparecen en las profecías escatológicas de los Evangelios: guerras, destronamientos de reyes, hambres, terremotos, desorden por doquier. Uno de los textos más conocidos se encuentra en el Diálogo de Sulpicio Severo que suele datarse a comienzos del siglo V. Uno de los interlocutores recuerda una profecía apocalíptica de Martín de Tours en estos términos: No hay duda de que el Anticristo, concebido por el espíritu del mal, ya ha nacido y se encuentra en su infancia, tomará el poder en la edad legítima. Y desde que le escuchamos (a Martín) estas cosas han transcurrido ya ocho años: vosotros considerad cómo amenazan las cosas que se teme que van a suceder (Dial II, 14, 4). Así pues, Sulpicio Severo expone aquí una idea que debían compartir muchos contemporáneos: el Anticristo, el enemigo escatológico de Dios, que precederá al final de los tiempos, ya está entre nosotros y falta poco tiempo para que ponga de manifiesto su enorme poder.

Un escritor cristiano que compartía estas ideas fue el autor anónimo del diálogo denominado Consultationes Zacchei christiani et Apollonii philosophi que en adelante citaremos con la abreviatura Consultationes. Esta obra anónima ha provocado una amplia literatura con numerosas hipótesis sobre la fecha, el autor y el contexto socio-religioso en que fue compuesta. Recientemente le ha prestado una gran atención Jean Louis Feiertag(3). Éste hace suya y desarrolla una vieja hipótesis de P. Courcelle(4) que situaba la obra en una época inmediatamente posterior al 410 basándose en una serie de pasajes de contenido apocalíptico que tienen su mejor explicación en los sucesos que rodearon la toma de Roma por Alarico. Feiertag comparte con Courcelle la fecha de la composición de la obra, pero difieren en el lugar de composición: Courcelle aboga por un medio africano, mientras Feiertag se inclina por los ambientes ascéticos del sur de la Galia(5).

Las Consultationes contienen dos capítulos de contenido claramente escatológico: libro III, 7 y 8 cuya relación con la toma de Roma por Alarico nos parece tan evidente que resulta difícil admitir otra explicación. Estos capítulos expresan las mismas inquietudes que aparecen en otros autores que vivieron de cerca los acontecimientos. Es el caso del monje Baquiario cuando por estas mismas fechas -su cronología no es totalmente segura- afirma: Eh aquí que nos encontramos ante el fin del mundo (Reparat. 6 = P.L. 20, 1042A). Más expresivos, aunque contradictorios, son los sentimientos de Jerónimo cuando ve llegar a Palestina las oleadas de refugiados que huían ante los invasores: in una Urbe totus orbis interiit (In Ezech. Lib. I, praef.); cadit mundus, et cervix erecta non flectitur (Ibid. Lib. 8, praef.); o el famoso grito Quid salvum si Roma periit? (Epist. 123,16).(6) Pero el autor de las Consultationes dedica al tema un largo excursus que refleja mejor que ninguna otra obra contemporánea la angustia, el pavor, el miedo, más religiosos que físicos, con que fue vivido este acontecimiento por muchos contemporáneos. Recogemos en un Apéndice la traducción completa de estos capítulos, que creemos es la primera que se hace al español y nos limitaremos aquí a comentar algunos de los pasos más significativos: El cap. III,7 está dedicado a la descripción del Anticristo; el III,8 a demostrar que los signos anunciadores del fin del mundo ya se estaban cumpliendo.

Traducción del Libro III, 8.
 

-Apolonio.

1. Tú has demostrado muy claramente y con toda evidencia que el Anticristo va a venir realmente y que manifestará su furia para destruir el mundo y la ley católica. Pero cuándo vendrá, y cuánto tiempo permanecerá aquí esto no aparece en la explicación que tú has iniciado. 2. Expón, pues, atentamente cuáles serán los tiempos que pongan fin a su reinado y cuáles las señales que precederán su venida. Porque, si él pone de manifiesto con el gran poder de sus milagros y de su reino la voluntad del espíritu del mal sin que deba ser destruido por nada que se le oponga y sin ser anunciado claramente, pienso que los creyentes no tendrán la posibilidad de reconocer su falsedad y no habrá ninguna salvación para aquellos que duden, si es que la coacción que ejerce para transgredir, acompañada de atrocidades y de engaños, resulta difícil de identificar. 3. Así pues, aclara también esta parte de mis dudas recurriendo a la autoridad de la palabra divina. De esta forma, extirpados de raíz todos los engaños, aquellos que dudan serán instruidos y los que son débiles se verán fortalecidos por el hecho de que serán descubiertas las insidias de este embaucador y será, seguramente, limitada la locura de este demente si su tiempo se acorta.
 
 

- Zaqueo.

4. Es evidente que el Anticristo llegará, pero será seguido inmediatamente por Cristo. Y aunque ni los ángeles sepan, como él mismo dice en el Evangelio, ni el día ni la hora de su llegada porque el Padre se ha reservado para sí el conocimiento de este secreto, es evidente, sin embargo, que las señales prometidas son visibles, tal como Cristo mismo nos ha enseñado. Gracias a ellas podemos reconocer, al examinar las características de los tiempos presentes, que los últimos acontecimientos están por llegar de inmediato. 5. Así, en efecto, dice (Cristo): "Cuando vosotros veáis señales en los cielos, prodigios en la tierra, pueblo contra pueblo, reino contra reino, guerras y anuncios de guerras, hambre y temblores de tierra por aquí y por allá, éste será el inicio de los sufrimientos, pero no el final" (Luc. 21, 11; Mat. 24, 7; Mc. 13, 8; Lc. 21, 10; Mat. 24, 6 y 24, 7-8). Examina ahora uno por uno los sucesos y a partir de lo que sucede o ha sucedido, comprenderán lo que sucederá. Observarás que sólo falta por llegar aquello que se puede atribuir o relacionar con los ultimísimos tiempos. En efecto ¿qué pueblo vive ahora en posesión de la paz para su patria?. 6. ¿Qué pueblo vive alimentado por su trabajo habitual sobre su suelo natal y cuál logra evitar el provocar o el sufrir peligros mirando por su propio bien o por afecto doméstico? El furor impío de la guerra está en plena efervescencia y la locura atroz se deleita con las armas y el pillaje. Una demencia sanguinaria alimenta las fauces abiertas de la avaricia y, aunque ha acabado ya con casi todo después de introducir la muerte, sedienta, masacra y despoja lo que resta de los cadáveres. 7. Ni el amor sirve para liberar a los allegados ni la justicia a los extraños. En este tiempo, la piedad ha sido desterrada y expulsada de los espíritus humanos y se ve forzada a borrar las huellas que poco antes había dejado. 8. Los reinos chocan con los reinos y gentes inesperadas expulsan a los emperadores de sus Sedes legítimas arrebatándoles los tronos. Añade a esto las amenazas indescriptibles de los acontecimientos prodigiosos y los frecuentísimos terremotos y los numerosísimos signos que han brillado en el cielo. 9. Y ¿para qué hablar de las funestas comidas provocados por la sequía y de la avidez de aquellos que moribundos recurren a los horribles alimentos de cuerpos humanos? Repele hablar del hambre saciada con parricidios y con los despojos mortales de cuerpos queridos sepultados en las entrañas de ellos de forma de mueren más cruelmente de cómo habían vivido.

10. Juzga tú mismo si el mundo podrá soportar mucho tiempo lo que con dificultad puede ser expresado con palabras, y si es durante un descanso del diablo que se desencadenan estas cosas que, aunque puedan justamente ser achacadas a nuestros pecados, son obra de sus acciones y de su astucia. Es él en persona quien, dispuesto siempre a la lucha, se encuentra, se ve tan oprimido por los tormentos de los últimos tiempos que ha comenzado a llevar a cabo lo que predijeron los evangelios que sucedería con la desolación de la tierra. 11. Efectivamente, a las palabras que hemos recordado, el Señor añadió: "Cuando vierais la abominable desolación predicha por el profeta Daniel en el lugar santo, el que leyere entienda" (Mat. 24, 15). Es decir, cuando se produzca la desertificación de todos los suelos y cuando la abominación de las execrables imágenes sea instalada sobre los sagrados altares y cuando "este evangelio haya sido anunciado en toda la tierra, entonces llegará el final" (Mat. 24, 14). 12. ¿Qué parte del mundo o lugar habitado existe que no tenga ya conocimiento de nuestra religión, es más, que no nos haya enviado algunos de sus creyentes? Es fácil comprender que la predicación del Evangelio se ha realizado ya. Con todo, ella culminará con la palabra de Elías que está ya por llegar. 13. Este anunciará primero la llegada del Anticristo que permanecerá durante tres años y medio y después a Cristo. Y, aunque el Apocalipsis dice que aquél reinará el mismo tiempo que éste, el Salvador nos hace saber en el Evangelio que sus días serán abreviados con el fin de que la carne vencida no sucumba ante males insoportables por su larga duración. Pues dice: "Y, si no se acortasen aquellos días, nadie se salvará" (Mat. 24, 22). 14. Esto no quiere decir que la duración de los días y de las noches fijada desde el principio deba ser cambiada o que la duración del paso del tiempo deba ser reducida en horas, sino que, al igual que en la masacre del pueblo denunciada por Natán (cf. Sam. 24, 13) se alcanzó por compasión divina que durase tres horas en lugar de tres días, así también el reinado de este tiempo execrable debe ser limitado no en su duración, sino en el mínimo (de días). Y no se trata de que haya que poner un límite a la ordenación divina, sino al poderío de este demente para que, después de la resurrección y después de una batalla tan dura no queden ocultos ni la devoción de los fieles, ni la perfidia de los impíos una vez que sea puesto en fuga el corto dominio del antiguo enemigo y el temor por Dios que está por llegar se vea honrado por la confesión de los santos. 



NOTAS

1.  O. Cullmann, Dio e Cesare. Il problema dello Stato nella Chiesa primitiva, Milán 1957, especialmente pp. 79-92.

2.  Cf. O. Zwierlein, "Der Fall Roms im Spiegel der Kirchenväter", Zeitschrift f. Papyrologie und Epigraphik 32 (1979), 45-80.

3.  Con una amplia monografía titulada Les Consultationes Zacchei et Apollonii. Etude d'histoire et de sotériologie, Edit. Universitaire Friburg, 1990; y con una edición crítica y traducción del tratado: Questions d'un paien à un chretien, Sources Chretiennes, nºs. 401-402, 1994.

4.  Histoire litteraire des grandes invasions germaniques, París, 1964, pp. 261-275. Courcelle recoge aquí las ideas antes desarrolladas por él mismo en su artículo "Date, source et genèse des Consultationes Zacchei et Apollonii, Revue de l'histoire des religions 146 (1954), 174-193.

5.  En castellano puede consultarse el breve artículo de García Colombás, "Sobre el autor de las Consultationes Zacchei et Apollonii" Studia Monastica 14 (1972), 7-14 cuyas conclusiones no compartimos (Colombás vuelve a la vieja hipótesis de Dom Morin que situaba la composición hacía el 360).

6.  Sobre la asociación por Jerónimo de la caída de Roma con el fin del mundo, Cf. Fr. Paschoud, Roma Aeterna, Roma 1967, pp. 218-221.