Copyright: F. Diez de Velasco, en prensa en Enciclopedia Canaria,
vol. VII
Emplazamiento imaginario que la mitología griega localizaba en
el lugar donde el sol se pone, en los límites del Océano.
Las Hespérides (las "Vespertinas" o "las Occidentales") eran hijas
de la Noche según Hesíodo y moraban en un hermoso jardín
de árboles de frutos de oro que vigilaba una enorme serpiente (en
griego drákon) y entre sus vecinos se contaban Atlas y también
las Gorgonas. Estesícoro, al narrar el robo de los bueyes de Gerión
por Heracles, dice que las Hespérides "tenían su casa de
oro en la hermosa isla de los dioses". Esta caracterización sobrenatural
y bienaventurada del lugar tiene quizá su exponente más claro
en Eurípides, que en el Hipólito, ubica el jardín
en los límites cósmicos, allí donde acaban las rutas
del mar y se halla el límite del cielo: se trata de "una tierra
maravillosa donde las fuentes destilan ambrosía" (el alimento de
los dioses).
El episodio principal que se desarrolla en el jardín lo protagoniza
Heracles. En su último trabajo, el héroe tiene que apoderarse
de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Dos
versiones literarias principales diferentes narran la hazaña. La
que transmite Ferécides cuenta que Heracles no roba personalmente
las manzanas, sino que tras un viaje que le llevara desde el extremo Oriente
a los límites de Occidente consigue que sea Atlas el que se haga
con los frutos mientras él sostiene la bóveda del firmamento.
La versión que conocemos por Paniasis no habla de Atlas y es el
propio Heracles el que, penetrando en el jardín y tras dar muerte
a la serpiente guardiana, consigue los frutos de oro. La iconografía
ilustra versiones diferentes que quizá tuvieran una testificación
literaria que se ha perdido. Así en buen número de vasos
(algunos significativamente encontrados en la cirenaica, territorio colonizado
por los griegos en el norte de África) Heracles se adentra en un
jardín en el que cualquier signo de violencia ha desaparecido: las
Hespérides reciben al héroe, le ayudan a recolectar las manzanas,
entretienen a la serpiente, incluso Eros revolotea marcando que Heracles
ha vencido la prueba con las armas del amor. Los últimos trabajos
de Heracles cobran un nuevo significado simbólico gracias a esta
caracterización del jardín que ilustra de modo tan claro
la iconografía, tras el extremo occidente (episodio de Gerión)
y el Inframundo (descenso para capturar a Cerbero) el jardín es
el paso definitivo en la progresiva penetración en la alteridad
que transforma a Heracles de hombre en dios (y que culmina en su apoteosis);
el Jardín de las Hespérides se figura como lugar de delicias,
antesala del bienaventurado reino de los dioses. No es de extrañar
que los griegos africanos de Cirene, desde antiguo, defendiesen que en
su tierra se localizaba el jardín: en una moneda fechable en el
500 a. e. ya figuraron a Heracles ante una Hespéride de un modo
que la violencia no se contemplaba o también nombraron Euespérides
a la ciudad que fundaron en la parte más occidental de su territorio
a comienzos del siglo VI a.e.; la cirenaica, zona marginal en la expansión
griega se convertía así gracias al mito en el punto más
cercano al reino de los dioses, en un lugar bienaventurado.
La caracterización maravillosa e insular que tiene en algunos
relatos griegos (aunque no en todos) el Jardín de las Hespérides
y su relación de proximidad con Atlas llevó a que, tras la
inclusión de las Islas Canarias en la órbita europea a partir
de la Baja Edad Media, se especulase con diferentes ubicaciones para el
jardín en el archipiélago. Núñez de la Peña
es un ejemplo extremo de este afán de identificación: pensaba
que el valle de la Orotava, Ta-oro que en su etimología particular
traducía como "de tanto oro" porque producía unas magníficas
manzanas de color dorado, era el Jardín de las Hespérides
cercado de dragos (el drákon griego), presidido por un Teide
convertido en Atlas. Ya Viera criticó esta ubicación, aunque
tantos otros (Viana, Cairasco, Pérez del Cristo) creían encontrar
en las Canarias indicios suficientes para defender que había sido
el Jardín de las Hespérides. El mito griego, gracias a estos
autores mantiene entre nosotros una fascinación a la que tampoco
es ajena la significativa carga simbólica de los elementos que combina
(el árbol, la manzana, la serpiente, el héroe y las mujeres
de estirpe divina); no es de extrañar que otros autores hermanasen
el episodio con el relato bíblico del Jardín de Edén.
Bibliografía:
M. Martínez, Canarias en la mitología, La Laguna, Centro de la Cultura Popular Canaria, 1992, cap. 7; F. Diez de Velasco, Lenguajes de la Religión, Madrid, Trotta, 1998, cap. 4 ("El Jardín de las Hespérides: mito y símbolo").